opinión

Capitanes intrépidos

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La rivalidad, que este año parece solventada, entre el Madrid y el Barça, o bien entre el Barça y el Madrid, está desbordando lo puramente deportivo. Nadie debe extrañarse, ya que en el deporte no queda nada puro. Lejos está el tiempo en el que se consideraba como «una carrera hacia la limpieza» y algunos deportistas sentados intentaran convencernos de que podía ser un idioma universal, una especie de esperanto donde podrían comunicarse todas las razas y todas las personas. Incluidos los hinchas, que son una raza aparte y que no siempre merecen el nombre de personas.

El Madrid salió al campo de batalla preparado para perderla.

Desde el primer minuto se dispuso a defender la derrota y le cedió el balón, que es la verdadera estrella invitada, a sus rivales. La pelota nunca estuvo sobre el tejado, ya que se la apropiaron sus oponentes. Luego vino la expulsión de Pepe, que comete las mismas faltas que otros, pero más espectaculares. No le favorece su pinta, porque entre el gesto hosco, el rapado del pelo y el color de su epidermis algunos árbitros sospechan que sus antepasados han deglutido a más de un misionero. La han tomado con el gran futbolista, pero no quería hablar de los avatares del juego, sino de los mariscales de campo, que amplían sus estrategias políticas y se sirven de ellas para envenenar aún más la dificultosa convivencia española.

Lleva mucho tiempo Pep Guardiola siendo un caballero, pero se ha cansado de serlo. En cuanto a Mourinho no lo ha sido nunca y no se ha propuesto aparentarlo. Admirase el portugués de que su equipo no ganara sin tirar a puerta. Por su parte, Pep mostró que sus buenos modales los reserva solo para algunas ocasiones, casi siempre de gol y a favor de su equipo. Sabe que el que gane es aquel en el que juegue Messi, pero entre los dos intrépidos capitanes de lo que pudiéramos llamar «estadio mayor» están desquiciando el más ingenioso de los deportes. No puede sorprendernos: la política tiene puertas.