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Opinión

Madres de parias

De la economía de mercado hemos pasado a la economía de tribu, un sistema sostenido en los lazos de sangre

José María Romera
Actualizado:

El primero de mayo ya no se celebra una fiesta de los sindicatos, sino de ese otro pilar de la sociedad que son las familias. Hay una cola de cuatro millones largos de parados aguantando a la intemperie gracias a las fiambreras de los cuñados y al termo con café humeante amorosamente preparado por la abuela. De otro modo no se explicaría, dicen los economistas, que el país no hubiera saltado por los aires hecho añicos. Ese albañil que dejó la obra sin acabar cuando la constructora se declaró en suspensión de pagos sobrevive ahora haciendo chapuzas en el bloque donde reside una prima suya quien a su vez tuvo que cerrar la inmobiliaria y ponerse a trabajar por horas en la peluquería de su hermana. Desde que la multinacional de telecomunicaciones puso de patitas en la calle a este ingeniero que había sido el número uno de su promoción, las amigas de su tía le reclaman para que les formatee el sistema operativo del ordenador o les explique cómo activar el ‘skype’, y algunas tardes da clases particulares de matemáticas a unos sobrinos que hacen la ESO.

España es una vasta red eléctrica donde por medio de pequeños enchufes están conectados infinitos cables a modo de cordones umbilicales. De la economía de mercado hemos pasado a la economía de tribu, un sistema sostenido en los lazos de sangre y no en la ley de la oferta y de la demanda. Toda una generación de abuelos-canguro anda afanada ahora en cubrir las hipotecas de sus hijos caídos en desgracia laboral y en dar de comer a los nietos y llevarlos al colegio a fin de que los padres puedan cumplir con horarios infumables en empleos basura o simplemente patearse los comercios donde van dejando sus currículum sin ninguna esperanza. Entretanto los sindicatos, desbordados por la situación, se limitan a aprobar ‘eres’ sin otro margen de maniobra que el de minimizar las bajas.

Este año el calendario ha hecho caer el día de la madre en uno de mayo. No es que los cánticos de la Internacional vayan a ser reemplazados en las manifestaciones por el ‘Venid y vamos todos’, pero la coincidencia hace justicia poética a una certeza: la de que hoy por hoy los agentes sociales más volcados en los parias de la tierra no son los gobiernos, los partidos, los empresarios ni las fuerzas sindicales. Son las madres y con ellas todo el regazo familiar constituido en botiquín de urgencia para atender las magulladuras laborales, en comedor de caridad con la mesa siempre puesta, en ropero de beneficencia, en sociedad de socorros mutuos. Una madre es ese ser que ante el infortunio de sus hijos nunca podrá encogerse de hombros con un «sálvese quien pueda» o «el que venga detrás, que arree», como en cambio sí acostumbran a proclamar las inmisericordes leyes del mercado. Quién nos iba a decir que la celebración del día de la madre adquiriría con el tiempo una dimensión tan reivindicativa, tan revolucionaria.