El espectáculo debe continuar
Actualizado: GuardarNada es más excitante en estos tiempos que un buen espectáculo. De hecho lo que no es espectáculo, como adivinó Jim Morrison, no es nada. Da igual si se trata de cartón piedra, al modo visionario de Cecil B. de Mille con la grandeza 'made in Hollywood'; porque en definitiva no importa lo que sea sino lo que parezca. Ahora la boda real en Inglaterra o la beatificación del Papa invaden la agenda. Al cabo la Iglesia y la monarquía son las dos instituciones que mejor han entendido la potencia del espectáculo. Y a esas instituciones cada vez más vaciadas de poder les queda el poder de la ceremonia, el estupor ante el baldaquino de San Pedro o los carruajes entre la guardia de Buckingham. La escenografía ha reemplazado el discurso. O más bien la escenografía se ha convertido en el discurso. La propia política se ha vaciado de ideas y ha sustituido a los ideólogos por escenógrafos con un máster de marketing. Los decorados de los mítines son el mensaje de los mítines, lo que llena el minuto en el telediario. El filósofo Jean Baudrillard ya advirtió que al ser humano ha dejado de interesarle la medida humana de las cosas; capaz de mirar como cine incluso el 11-S.
El espectáculo se justifica en sí mismo, hasta quedar desposeído de valores. Por eso los medios se apasionan con la iconografía de la jequesa de Catar, la reina de los turbantes con más curvas que el trazado de Losail. A los cronistas les fascina su fondo de armario del Faubourg Saint Honoré, como les cautivaba Gadafi con sus jaimas y su séquito de amazonas vírgenes hasta ver los F-18 sobrevolar Trípoli; y la belleza de la dama se utiliza para dulcificar las inversiones de Catar obviando que es otra tiranía sin derechos humanos. Occidente ha entregado su alma a los sátrapas. Todos los valores se someten a la balanza comercial; es la 'neorealpolitik'. A China no se le menciona a Li Xiaobo o Ai Weiwei, y no se retratan sus miserias sino los rascacielos de Shanghai, esa 'arquitectura del poder' según Dejan Sudjic.
Todo se diluye en el espejismo del espectáculo. La industria del entretenimiento está destrozando la Liga con el bipartidismo Madrid-Barça. La etiqueta de 'histórico' seduce al público haciéndole creer que son testigos de la Historia. Es lo que ocurre con las bodas reales o las canonizaciones, algo que han entendido como pocos los Windsor o la curia vaticana. La posmodernidad era eso, como esperaba Steiner, y entretanto 'The show must go on'.