El poder de los débiles
En su nueva lista de las cien personas más influyentes del mundo, ‘Time’ incluye a varios ciudadanos que alzaron la voz para clamar contra las injusticias, como el egipcio Wael Ghonim, el libio Fathi Terbil o el chino Ai Weiwei
Actualizado: GuardarMuchas veces, la capacidad de influir en los demás forma parte del cargo. Cuando uno está legitimado para imprimir en sus tarjetas de visita ocupaciones como 'presidente del Gobierno de Estados Unidos', 'primer ministro británico', 'ministro de Defensa de China', 'presidente del Banco Mundial' o, por improbable que resulte para una carta de presentación, 'hijo y heredero de dictador norcoreano', se da por hecho que sus decisiones pueden tener cierta repercusión en el prójimo. Todos ellos -Obama, Cameron, Liang Guanglie, Jean-Claude Trichet, Kim Jong Un- figuran en la lista de las cien personas más influyentes del mundo elaborada por la revista 'Time', junto a un enjambre igualmente previsible y circunspecto de secretarios de Estado, gobernadores, congresistas y demás representantes del poder establecido. Magnates y directores generales de grandes corporaciones también lo tienen fácil para dejar huella y abrirse un confortable hueco en la lista, al igual que ayatolás, deportistas de primera fila, figuras de la cultura pop o estrellas del periodismo televisivo. Pero, más allá de todos esos sospechosos habituales, lo que más destaca de la selección de este año es la presencia de unas cuantas personas cuyo potencial para influir nadie habría sabido pronosticar: ellos no eran poderosos, más bien estaban al otro extremo de la escala, pero su valentía a la hora de levantar la voz contra la injusticia los ha convertido en campeones de los débiles y ha desencadenado históricos movimientos sociales.
«Nunca ha sido más fácil influir o que influyan en ti», reflexiona Richard Stengel, redactor jefe de la publicación, a la hora de radiografiar esta época de «cambio constante y transformador» en la que las redes sociales permiten comunicarse a niveles insospechados. «Democratización de la influencia» es su nombre para este fenómeno. «Lo que han hecho los medios sociales es volvernos a todos más conscientes de lo que está pasando y ofrecer una nueva vía para organizar la oposición. Nos gusta pensar que las revoluciones vienen desde abajo, pero, a lo largo de la mayor parte de la historia humana, han sido las élites las que han causado y liderado las revoluciones», añade. El representante más claro de esta categoría en la lista de 'Time', destacado por los autores como rostro visible de los cien, es el egipcio Wael Ghonim, cuyo papel se define como «portavoz de una revolución». Ghonim, de 30 años, es un empleado de Google, encargado de supervisar las operaciones de 'marketing' en Oriente Medio y África, pero ni siquiera esa ubicación privilegiada para entender los entresijos de internet le permitió predecir el alcance que tendrían sus actos.
Todo comenzó con una página en otro gigante de la red, Facebook, dedicada a mantener vivo el recuerdo de Khaled Said, un joven bloguero de Alejandría al que dos policías mataron de una paliza. Wael Ghonim creó la página de manera anónima y la convirtió en un eficaz centro de información sobre la brutalidad de las fuerzas de seguridad egipcias. En enero, junto a otros descontentos, decidió pasar a la acción y convocó una concentración que provocó la primera sacudida en El Cairo: aquel 25 de enero se reunieron 15.000 manifestantes en la plaza Tahrir, para asombro del propio activista. Dos días después, Ghonim desapareció, arrestado por la Policía de Mubarak: con ese desacierto tan característico de los regímenes cerriles, estaban a punto de convertir a un rebelde anónimo en un icono de la libertad.
Cuando le soltaron, doce días después, Ghonim concedió una entrevista al canal privado Dream TV. Ante miles de espectadores que no sabían nada de él, admitió que era el responsable de la página de Facebook, relató los horrores de su reclusión, lloró por los jóvenes muertos en las protestas y reivindicó una vez más los derechos que se negaban a su pueblo: «No somos traidores», insistió. Y en la plaza Tahrir, el corazón de la revuelta, el trabajador de Google se dirigió a las masas, metamorfoseado ya en líder visible del movimiento: «¡No nos vamos a rendir! ¡Vete, Mubarak!». Esta semana, Ghonim ha anunciado que va a tomarse un año sabático para crear una ONG tecnológica que «ayude a combatir la pobreza y fomentar la educación» en Egipto. Sigue comentando la actualidad en Facebook y Twitter y mantiene lo que dijo en aquella entrevista televisiva: «No soy un héroe. Yo escribía con un teclado en internet, no estaba exponiendo mi vida al peligro. Los héroes son los que están en las calles».
La masacre libia
El paso por los calabozos hermana a Ghonim con otros dos integrantes de la lista de 'Time', que también levantaron la voz en países poco acostumbrados a la libre expresión. Fathi Terbil es un abogado, especialista en derechos humanos, que representa a los familiares de las víctimas de la masacre de Abu Salim, en Libia: en 1996, las fuerzas de seguridad de Gadafi acabaron con la vida de unos 1.200 reclusos, amotinados para reclamar una mejora en las pésimas condiciones de la prisión. El régimen, que jamás entregó los cuerpos de las víctimas, niega que esa matanza se produjese y ha detenido en siete ocasiones a Terbil, que perdió en Abu Salim a un hermano y otros familiares. El último arresto, en febrero, desencadenó la rebelión que ha propiciado la actual guerra civil en el país norteafricano. «Quiero que Gadafi se someta a la justicia», reclama el abogado, que denuncia una y otra vez el comportamiento «brutal y opresor» del régimen.
Más incierto es el presente del artista chino Ai Weiwei, que ejercía desde hacía tiempo como 'crítico oficial' de una administración que no suele encajar bien los reproches. A Weiwei le apaleó la Policía hasta provocarle un edema cerebral, le cerraron el blog y le demolieron su casa-estudio, pero él siguió hurgando en las miserias del Gobierno chino: «No les importa la vida humana», resume. El 3 de abril fue detenido, por supuestos «delitos económicos», y nadie conoce su paradero.
También fue una situación indeseable lo que volvió contestatario a Katsunobu Sakurai, el alcalde de la ciudad japonesa de Minamisoma. Su educación y su cargo le invitaban más bien a agachar la cabeza en silencio, pero el sufrimiento de sus conciudadanos en plena crisis nuclear tras el tsunami de marzo le obligó a actuar: dos tercios de la población habían escapado, pero el resto permanecía recluido en sus casas por mandato del Gobierno, que se había olvidado de ellos después de dar la orden y ni siquiera les hacía llegar alimentos. Con una camarita digital, el compungido alcalde grabó un mensaje de once minutos que después colgó en YouTube y que sirvió de toque de atención al Ejecutivo nipón, puesto en evidencia ante el mundo entero: «Nos han dejado aislados -explicaba-. Les ruego con todo mi corazón que nos ayuden». A lo mejor su acción no está a la altura de sus colegas los grandes políticos, esos presidentes y primeros ministros que le acompañan en la lista, pero hace que Katsunobu Sakurai nos resulte más simpático, y quizá eso sea otra manera de influir.