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Sociedad

ENCUESTAS

MANUEL ALCÁNTARA
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Las intenciones de voto anticipan el futuro, pero sólo en caso de que se mantengan. Mudar de opinión es de sabios, según se dice, pero no tener que cambiarla no siempre es de tontos, salvo en el caso de que hayan cambiado las circunstancias. A veces se confunde la lealtad con la arteriosclerosis, pero a las encuestas hay que mirarlas como a espías, como Quevedo aconsejaba mirar a las promesas. Mientras se hacen, más o menos laboriosamente, vaticinan victorias o bien derrotas consolables, según mercado. Hasta el día de las elecciones las van ganando todos los que las han encargado. Su común error es que exageran. «Si no quieres derramar el vino, no llenes demasiado el vaso», aconseja Lao-Tsé, pero la embriaguez del poder no permite ninguna clase de comedimiento. No se le puede recomendar a los partidos su práctica. ¿Hasta qué punto influyen las encuestas en la única, que es la que se produce el día de las elecciones? Por si sirviera de algo y con la ética pretensión de que nadie se deje influir por mis opiniones -ni siquiera yo estoy siempre de acuerdo con ellas- me atrevo a sugerirle a los que dudan que voten al partido que cuente con el menor número de imputados. En las dos principales organizaciones políticas se han alojado muchos golfos, pero como la perfección es imposible los votantes estamos obligados a contarlos. Nos faltan dedos de las manos y de los pies, pero las personas normales, que siempre distinguen lo malo de lo pésimo, deben elegir, si es que no se quedan en sus saqueadas casas.

Es lastimoso que no se permita fichar políticos extranjeros, del mismo modo que se acepta adquirir los servicios de futbolistas foráneos. Ni el Real Madrid ni el Barça, que nos están alegrando la vida y la Liga, serían lo que son si se tuvieran que nutrir exclusivamente de nativos. Nuestros futbolistas son magníficos, pero nuestros políticos no dan pie con bola. Se aclararían mucho las encuestas si permitieran dos cosas: fichar a los de fuera y echar a los de dentro.