TRIPLE CORONA
Actualizado: GuardarS i hay algo que caracteriza el mundo del deporte son las gestas, esas páginas gloriosas que escriben mujeres y hombres, niños y niñas que trabajan duro a diario para demostrar y demostrarse a ellos mismos que el esfuerzo y la ambición son valores sobre los que cimentar los éxitos. Hoy día que están tan de moda los tripletes, cimentados en el furor futbolístico y el dominio de Barcelona, Manchester, Bayern o Inter de Milán en determinadas temporadas en sus respectivas ligas, quiero resaltar no los tripletes, de bastante menor mérito, por mucho Guardiola o Messi que se tercie y la dimensión social que genera cualquier gestito de Cristiano Ronaldo, sino una triple corona, la de las Árdenas, conseguida por el ciclista Philippe Gilbert.
En una época en la que se alaban las botas de colores más que pedalear 200 kilómetros a más de 30 por hora para que la gente no se aburra delante del televisor con el pijama y las chanclas de la siesta. Ver al belga cambiar de ritmo, ascender, descender, rodar y sprintar para pasar el primero la meta en cuatro clásicas consecutivas (Flecha Brabanzona, Amstel Gold Race, la Flecha Valona y Lieja) cuando todos los rivales solo tienen ojos para vigilarle a él produce la misma sensación de satisfacción que cuando un tal Michael Jordan cogía la pelota de baloncesto y metía canasta cuándo y cómo quería, independientemente de su adversario y con la responsabilidad de saber que todos esperan que la vas a meter. O lo que es peor: te lo exigen.
A Gilbert nadie podía exigirle nada, aunque su irrupción en el pelotón ha sido un soplo de aire fresco entre tanta acusación y desprestigio al profesional de las dos ruedas sin motor. La lástima es que mucho me temo que ese esfuerzo nunca será valorado en su justa medida. Lo mismo si hacen la verdadera Triple Corona (cruzar a nado el Canal de la Mancha de Inglaterra a Francia, el Canal de Catalina en California del Sur y nadar el Maratón de Manhattan, 28.5 millas alrededor de la ciudad de Nueva York).