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JESÚS MUERE EN LA CRUZ

JOSÉ MARÍA RIBAS
PROFESOR DE DERECHO DE LA UNIVERSIDAD DE SEVILLAActualizado:

Jesús de Nazaret fue condenado a muerte y ejecutado en el suplicio de la Cruz un 15 de Nisán del año 30 de nuestra Era. Tal año representa la hipótesis más probable. En todo caso, sabemos que José, de sobrenombre Caifás, Sumo Sacerdote, fue depuesto de su cargo el 36 d.C. En ese mismo año Poncio Pilato, prefecto de Judea, fue llamado a Roma para dar cuenta de su gestión. Unos pocos años después, en el 39 d.C, le tocó la misma suerte a Herodes Antipas: en el 39 d.C., privado de su tetrarquía, terminó exiliado en Hispania. No hay ninguna duda sobre la existencia real de Jesús de Nazaret, Caifás, Poncio Pilato y Herodes Antipas.

¿Por qué fue ejecutado Jesús? Como nos explica un historiador de primera fila, el judío romanizado Flavio Josefo, la iniciativa procedió de la aristocracia saducea que controlaba el templo y el Sanedrín de Jerusalén. En el mensaje y en las curaciones de Jesús vieron pronto un acontecimiento absolutamente nuevo.

En la pregunta de Caifás se recoge la clave de la acusación y de la condena: Te conjuro por el Dios vivo a que nos digas si tu eres el Mesías, el Hijo de Dios. La confesión de Jesús fue interpretada como la comisión flagrante de un delito de blasfemia. Jesús entonces y en varias ocasiones anteriores se había referido a su filiación divina en sentido no metafórico, sino realista. Al mismo tiempo, el cumplimiento de las esperanzas mesiánicas ponía en cuestión la estructura institucional de la sociedad judía. La blasfemia incluía también al propio entramado teocrático.

En un escenario distinto Jesús hubiera muerto lapidado. Pero la soberanía romana sustraía el enjuiciamiento de los delitos capitales a la autoridad local. La pena de muerte, como la cuñación de moneda de oro o plata, eran elementos simbólicos del poder supremo; por ello aquí, como en todas partes, era retenida por Roma. Jesús debió sufrir un segundo proceso. Ante un juez no demasidado convencido de su culpabilidad. El delito era ahora el de lesa majestad: un tipo penal muy próximo al de la blasfemia. No en vano el carácter divino de Jesús chocaba de frente con un rasgo propio de la ideología imperial de la época: el emperador como hijo de dios, tal como se manifestaba en el culto imperial. Un mecanismo que sufrirían después varias generaciones de mártires cristianos, obligados a ofrecer sacrificios al César.