SUSPENDER
Actualizado:Estos días sacros que invitan a la calma y a la reflexión nos han pillado con el pie cambiado. Las huestes del meritorio támden del dicharachero Rajoy y el políglota Aznar, vástago el último de ilustre familia de periodistas y asomados ambos, junto con sus correligionarios que se van turnando sin mucho orden al brocal del pozo del Poder, han decidido no cesar de hostigar a las desconcertados y asediados comandos del socialismo que vislumbra un incierto porvenir. Tampoco tales piadosos del liderazgo mencionado son criaturas flexibles y poco razonables. No hay dudas, ni nunca las hubo, que los creyentes, en general, son más despiadados y hostinados que los sufridos cuadros de la progresía. Tenemos los testimonios de los andaluces del támden conservador, Cristóbal Montoro, jiennense y doctor notable de las ciencias económicas, y el populista Javier Arenas, hombres de saberes plurales y aguerrido orador en las trincheras conservadoras; el primero de ellos, por cierto, que fue ministro de la cosa del dinero y los impuestos, ha declarado con solemnidad que la patria se encuentra al borde del precipicio, mientras el señor Arenas no cesa ni un instante de endosarle mensajes envenenados al ex de la Junta Manuel Chaves, y a su familia sobre un futuro casi pocalíptico y un pasado pendiente de revisión. Del señor Aznar, políglota amigo de los amigos, especialmente del notable Gadafi, sabemos su último pensamiento: «Algo debió de hacer bien Gadafi cuando Zapatero le vendió bombas». Se olvidó de puntualizar. Tenía que haber añadido que las bombas eran de racimos, prohibidas en la sociedad internacional en conflicto. Lo más preocupante es la inmersión de un señor como Cristóbal Montoro, tan apocalíptico, pues de siempre, antes, quizás de los cartagineses, los andaluces hemos sido identifcados como personal hedonista, y no como portavoces de inminentes catástrofes. Quizá lo mejor será suspender las elecciones un quinquenio.