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Tribuna

La ciudadanía digital o el gobierno con las personas

JOSÉ ÁNGEL BERMEJO URRÉCHAGA
PERIODISTAActualizado:

Sería una pesadilla para algunos, el que una persona pudiera votar todos los días. Una pesadilla para aquellos políticos que todavía viven a la sombra de Lenin. Sí, Lenin vive aún en la mente de la mayoría de las fuerzas políticas, apuntaba el director de Ideograma, Antonio Gutiérrez-Rubí, en su intervención en el reciente congreso sobre Ciudadanía Dirigital celebrado en San Sebastián. Unos partidos jerarquizados y donde se gobierna bajo el concepto del centralismo democrático y que requieren con pasión mitinera nuestra participación cuando toca: cada cuatro años, una eternidad en la era digital. Salvo cataclismo político, seremos convocados cada cuatro años para los ayuntamientos, para los gobiernos regionales y para el gobierno de la nación. ¿En el entretanto?

El ciudadano-espectador asistirá normalmente, dado este sistema de funcionamiento, a ese espectáculo en el que la política es una caricatura de sí misma, como reflejan día tras día los medios de comunicación. Pero también hay excepciones, algunos políticos que persiguen que las personas voten todos los días, no como una pesadilla sino como una responsabilidad del gobierno democrático con las personas, caso del alcalde de Jun, José Antonio Rodríguez, quien cuenta con sus vecinos para tomar las decisiones en este pueblo próximo a Granada.

Este alcalde no es un llanero solitario, ni son 'rara avis' los políticos que saben que los tiempos avanzan, que es una barbaridad y que el partido con mentalidad leninista tiene su certificado de defunción en la era digital. Esto está pasando en nuestro sistema democrático. En la era digital, recién comenzada, las personas tienen instrumentos poderosos, sencillos de manejo y baratos para participar en la vida pública activamente, obligar a los partidos políticos a hacer política no para la ciudadanía sino con la ciudadanía y a las administraciones a actuar al servicio de las comunidades a las que sirven.

Está pasando, como esas revueltas en los países árabes a las que se buscan explicaciones que rompen los esquemas habituales; no es una utopía. Internet y las aplicaciones de las redes sociales son las herramientas que permiten a las personas participar en la gestión de los asuntos públicos y en controlar a los políticos que reclaman el voto cuatrienal. El vendaval acaba de comenzar y quien quiera ser elegido próximamente tendrá que dialogar con las personas en las redes sociales, escuchar sus peticiones y convencerles, cuando se tenga una visión de futuro que necesita seguidores. A la gente le importa la política, dado que se juega mucho en ello; son los políticos, clase actualmente en horas bajas como muestran las encuestas de opinión, los que tienen que hacer la política que importa a la gente.

Para los despistados que piensen que la ciudadanía digital es como uno de esos juegos virtuales, que apasionan cuando enganchan para arrojarlos al olvido cuando aburren, que también piensen que las personas no son virtuales, sólo que ahora también se expresan con las herramientas digitales. Por cierto, a las que no se le puede responder ahora con el «vuelva usted mañana». Internet nos ha transformado en exigentes en la cuestión del tiempo.

En el aludido congreso Andoni Unzalu, dedicado a la participación ciudadana, dijo que si bien la red es el universo de los viajantes solitarios, también ha roto el monopolio del velo del silencio, provocando una revolución en el ámbito del control a los gobiernos y demandando a las administraciones a convertirse en cajas de cristal.

Esta es una exigencia ante el vendaval digital: fuerzas políticas y administraciones están obligados a la transparencia. En vez de quejarnos frente a la desconfianza de la ciudadanía, el hartazgo ante el espectáculo bipartidista, más transparencia para que todas las personas se sientan responsables de mantener un sistema que es el menos malo de los existentes, para que los lobos no se coman a los corderos sin rendir cuentas. A ello contribuyen las leyes que elaboran los sistemas democráticos, leyes que constituyen la voz de los que no tienen voz.

El futuro de la democracia está en las redes sociales en la era digital. ¿Quién iba a reparar en ello cuando se pensaba que eso de las redes sociales era una diversión para adolescentes? Un juego de niños, que dirían nuestros abuelos. Afortunadamente este pensamiento ya huele a naftalina. Ello pese a todos los temores que suscitan el funcionamiento de estas redes, siempre bajo el eterno miedo a la libertad.

Pero para no dejarnos embaucar por lo aparente, por la novedad, por las herramientas, no perdamos la perspectiva de que el futuro del sistema democrático mira a los orígenes con las herramientas digitales; reclama a esa ciudadanía que se sienta responsable en la participación de la gestión de las cosas públicas. Así sigue estando el asunto. Sin las personas, cada uno no es nada. Juntos podemos construir una sociedad digna y justa.