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Rollitos imperiales

Felipe González ya descubrió que los herederos de Mao tenían un agudo sentido pragmático

JUAN CARLOS VILORIA
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Ahora que Zapatero peregrina a la República Popular China en busca de la poción para aliviar los males de España que amenazan con arrastrar al socialismo patrio a la cuneta del poder conviene rememorar otros tiempos. No hace tanto, en la península -en pleno ardor antifranquista- las universidades se poblaron de 'chinos'. Eran los camaradas de partidos revolucionarios que incendiaban las asambleas de facultad con citas del Libro Rojo de Mao Tsé Tung. La Organización Revolucionaria de Trabajadores, la legendaria ORT y el PTE, intentaban hacer en España -aunque parezca ficción recordarlo 40 años más tarde- una revolución al estilo de la China de Mao seguros de que las masas populares liberadas del yugo de la dictadura de Franco tomarían el poder proletario en dirección al socialismo real. No hace tanto las imágenes que llegaban desde Pekín solo reflejaban una sociedad monocolor y con ciudadanos todos de uniforme que se movían en millones de bicicletas por las avenidas de la igualdad. El libro de cabecera de muchos progres era aquel panfleto titulado 'Una aldea en la China Popular'. Y mientras las clases medias degustaban los primeros rollitos imperiales de la incipiente cocina china llegada a la España, se organizaban vigorosos debates sobre si era la URSS o los seguidores de Mao quienes representaban mejor la línea a seguir para alcanzar el verdadero socialismo. Se proyectaban viajes a Extremo Oriente para comprobar 'in situ' que lo de la igualdad de todos los hombres era posible. Aquí entonces se pensaba que los chinos vivían exclusivamente del cultivo de arroz y, entre taza y taza de té jazmín, leían a Lao Tsé.

Cuando empezábamos a admitir que la salsa de soja y el cerdo agridulce podían competir con el cocido y la tortilla de patata en nuestra dieta, Felipe González descubría en su primer viaje a China que los herederos de Mao habían desarrollado un agudo sentido pragmático. Y vino diciendo aquello de «gato blanco, gato negro, lo importante es que cace ratones», que encerraba, en pocas palabras, todo el cinismo de un régimen que mientras sostenía una privilegiada casta comunista coqueteaba ya con la economía de mercado salvajemente capitalista.

La paradoja es que Zapatero ahora ha depositado su esperanza de salvar el capitalismo de estado que representan las cajas de ahorro con los fondos obtenidos por el gigante asiático explotando su millonaria mano de obra en jornadas extenuantes y sin los mínimos derechos sociales, muy lejos del estado de bienestar que el líder de la Nueva Vía alimentó mientras pudo. Pero aquello de «te han engañado como a un chino» que se decía entonces con esa altanería española tan fatua y creída, parece que en la realidad no funciona. Así que eso de vender en Pekín cajas de ahorros con más trampas que una película de chinos no ha colado.