opinión

La calle no es de todos

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Poco a poco, a golpe de calcetín sudado, la vía pública la han venido ocupando algunos conciudadanos enemigos acérrimos de la higiene. Cada uno tiene sus gustos y hay gentes que desoyen los sabios consejos del ‘buen Juanito’, que recomendaba «lavarse los pies cada dos meses o tres». El buen alcalde de Madrid la ha liado buena pidiendo una ley para retirar a los mendigos de la vía pública, pero se está entendiendo mal su petición: no pretende que se vayan todos los menesterosos, ni los genuflexos, ni los implorantes, ni los que tienen un puesto fijo en los atrios de las iglesias: sólo desea que los llamados ‘sin techo’ no se confundan con los sin jabón. Los demagogos han encontrado un magnífico argumento, pero a lo que aspira el debatido regidor de la capital de las varias Españas es a que puedan vivir algunas personas sin apestarse. Dicho de otra manera, sin convivir con los que están haciendo imposible la vida. Nada tiene que ver esto con los recalcitrantes conceptos de derecha y de izquierda, porque unos y otros tienen derecho a respirar.

Sin duda fue un error promulgar aquella interesada ley de Vagos y Maleantes, que encubría otras cosas, antes de suprimir a los maleantes y a los vagos. Cuando yo creía que el mundo era mejorable me interesé por estos problemas. Ahora, a mi provecta edad, sé que mientras no cambien los dioses no hay nada que hacer. Las estadísticas sobre mendicidad más solventes demuestran que entre los mendigos profesionales abundan los que no sólo están mal de dinero, sino mal de la cabeza. En la vida es muy difícil tenerlo todo, incluso tener algo, pero es más difícil todavía no tener nada. ¿Cómo se las ha arreglado usted para no contar entre sus propiedades una silla, un colchón o una cuchara, aunque sea recuerdo de familia? El alcalde de Madrid, en una iniciativa que debiera ser imitada, lo que pretende, dicho con perdón, es que no se caguen en el portal de las personas decentes que trabajan y las pasan canutas para llegar a fin de mes. Sus excrementos son muy caudalosos. Excelente manjar para los demagogos que evitan pisarlos.