Mobiliario humano
Es el viejo principio del ocultamiento según el cual lo que no se ve ya no existe
Actualizado:En algunas culturas el mendigo está adornado de diversos atributos sobrenaturales. Se le considera un emisario de las alturas que viene a recordar a los mortales la fragilidad del tiempo y la inconstancia de la fortuna, y por ese motivo darle una limosna no es un ejercicio de caridad sino un acto sacramental. La palabra pordiosero procede del nombre de Dios. Si tocas en el hombro a uno de ellos tienes asegurada la descendencia, y si le entregas una moneda que no sea simple calderilla la salud te acompañará hasta el fin de tus días. Dado que el mendigo cumple una alta misión social, la gente le da de comer, le abre paso en el mercado y le permite tenderse en las afueras de los templos o en las escalinatas de los palacios, da lo mismo que sea para recitar sus oraciones que para extender la mano menesterosa. En las sociedades modernas esos espacios privilegiados se encuentran en los bancos públicos, las cabinas de cajeros automáticos, los huecos de las escaleras mecánicas del metro, los accesos a garajes y los soportales de hipermercados. Hoy en día Diógenes habría dormido entre cartones, junto a la entrada de algún edificio oficial donde cada mañana saludaría amable y cínicamente a políticos como Ruiz Gallardón cuando entran a fichar.
Ahora algunos de estos políticos proponen que la gente sin recursos sea retirada de las calles y conducida a albergues públicos. En principio sonaría a iniciativa piadosa si todo consistiera en incrementar los recursos de asistencia a los menos favorecidos. Pero, en vez de hacerlo así, se pretende imponer un toque de queda obligatorio solo para ellos. Tal vez el cínico no sea Diógenes, sino su supuesto benefactor. He aquí unos liberales que pretenden privar de libertad a determinados ciudadanos. En lugar de respetarlos como enviados del más allá, a los mendigos se les considera apestados que hay que alejar de nuestra vista para que no perturben el orden de la ciudad ni afeen la estética de parques y plazas. Tarde o temprano tenía que pasar. En realidad nos ha cogido entrenados. No es preciso remontarse a la ley de vagos y maleantes del franquismo. Cada vez que se aproximaba un acontecimiento, ya fuera la celebración de unos juegos olímpicos, una copa mundial de vela o una visita papal, de la noche a la mañana el mobiliario urbano aparecía primorosamente reparado, pintado y bruñido. Las brigadas municipales habían retirado todo el material deteriorado, incluyendo en él también el material humano susceptible de causar mala impresión en los visitantes. Es el viejo principio del ocultamiento según el cual lo que no se ve ya no existe. A eso se ha reducido la sagrada condición del indigente, despojado no solo de todo signo de trascendencia, sino también de su valor como ser vivo semejante al resto de bípedos implumes con derecho a desplazarse por donde les venga en gana.