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Llega la hora del entrenador

MADRID. BARCELONA. Actualizado: Guardar
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¡Silencio, se juega! Las palabras, los mensajes cruzados, las ironías, las verdades a medias, los enfrentamientos con el entorno, las presiones a los árbitros y las polémicas más o menos artificiales, dan paso a los hechos. En apenas tres semanas, José Mourinho y Pep Guardiola ponen en liza su prestigio, credibilidad, imagen y futuro. Sobre todo el portugués, ya que el azulgrana tiene crédito sobrado por sus sonados y continuados éxitos en sus tres años al frente del Barça y su forma de comportarse. Cuatro exámenes en un final de curso fantástico, inédito. Disponen de las mejores plantillas del mundo, están avalados por sus éxitos pero en el fútbol todo es efímero. Una catarata de fracasos convertiría a Mourinho más en un 'tribunero' o manejador de excusas y pretextos que en un preparador que maneja la táctica y la estrategia. Controla los medios y sabe dar titulares pero ahora le corresponde hablar de fútbol. Ha superado ya con creces los números de Pellegrini pero sus críticos le esperan con armamento cargado. Si gana las batallas a Guardiola será, definitivamente, el número uno del mundo, y no solo por estadísticas. Y si Pep machaca al Madrid, se confirmará como el mejor técnico en la historia.

El presente devora al pasado. Ocurre en el fútbol como en tantas otras cosas de la vida, aunque en los últimos tiempos sucede con mayor crueldad en el deporte del balón. Pep Guardiola afronta los cuatro clásicos ante el Madrid con el paraguas de sus cinco victorias en los últimos cinco clásicos ligueros. Como entrenador, solo sabe ganar al eterno rival. Una 'mano' de victorias que adornó con otra 'mano' de goles en el último pulso del Camp Nou. Un doble 5-0 que, sin embargo, no le garantiza ningún tipo de tranquilidad ante la tensión que se avecina. El técnico del Barça parece menos presionado que José Mourinho, pero solo lo parece.

Guardiola también se juega mucho en este inminente póker de clásicos. Pese a que ha conquistado ocho de los diez títulos que ha disputado en el banquillo azulgrana, sabe que eso no sería suficiente si su Barça cayera ante el Madrid en la final de Copa y en la semifinal de la Liga de Campeones. Como mucho se le perdonaría una derrota en el pulso liguero porque se entiende que el campeonato de la regularidad no se le va a escapar. El palmarés le valdría como manto protector si los adversarios fuesen otros, pero se trata del enemigo, el Madrid, entrenado por el técnico más odiado en la historia del Barça: Mourinho. La afición le valorará siempre por lo que ha ganado y por el fútbol espectacular que ha impuesto en el Camp Nou, pero ahora se trata de dar un golpe (o dos, o tres...) definitivo al conjunto blanco y al entrenador que se pavoneó el año pasado en el Estadi tras clasificar al Inter para la final europeo a costa de la escuadra culé. A Guardiola se le exige una estocada. Nadie entendería otra cosa. Para un Barça tan poderoso, además, una Liga de Campeones comienza a ser poca cosa. Dos en tres años ya sería un éxito más acorde a la calidad del proyecto.

El de Santpedor se encuentra, por otra parte, señalado por su propia forma de interpretar su continuidad en el equipo. Esa renovación año a año que invita a especular constantemente sobre su futuro no le ayuda. Ya ha firmado hasta el 30 de junio de 2012, sí, pero ese desliz verbal en una entrevista a un medio de comunicación italiano afirmando que «mi tiempo en el Barça se acaba» puede volverse en su contra tras este empacho de clásicos. Ahora, una vez explicado, el significado de la frase está dormido, pero puede despertarse en cualquier momento. ¿Quizá no está a gusto? ¿Será cierto que con Sandro Rosell no ha congeniado? Teniendo en cuenta que en su día avisó de que se iría cuando viera que la plantilla ya no le sigue a ciegas, ¿ya ha llegado ese momento? La única forma de frenar el aluvión de preguntas es rematar al Madrid. Si no es así, comenzará el circo de las interpretaciones, habitual prólogo de las crisis periódicas en el Barça.

Son muchos también los que creen que Guardiola debería haber sido menos diplomático con un Mourinho que muerde una y otra vez a la yugular del Barça desde que arrancó la temporada con declaraciones malintencionadas, sobreactuaciones teatrales y quejas infantiles para tratarse de un entrenador del Madrid. Sus intenciones maquiavélicas se ven a la legua, a veces da hasta risa por su facilidad para explicar la historia del fútbol reciente según su versión personal y ególatra, pero no se le puede negar que el portugués sabe lo que hace. Los medios de comunicación quieren carnaza, es lo que más vende en tiempos de crisis, y Mourinho tiene de sobra. Al final sus mensajes manipuladores calan en la gente y a más de un barcelonista de la calle le hubiese gustado ver a Guardiola defendiendo la honestidad del club en lugar de no entrar al trapo del luso. Es lo de siempre. Si el Barça sale victorioso de este mes de abril, se dará por buena la elegancia formal de Guardiola. Pero si triunfa el llorón, el que ve favores arbitrales, televisivos y federativos, a ningún culé se le podrá quitar la sensación de cornudo y apaleado por no haber sido defendido.

Demasiada tensión

Guardiola ha transmitido demasiada tensión en los últimos días, hasta el punto de que los más atrevidos le han encontrado un parecido al Mourinho de principio de temporada. A pesar del 5-1 de la ida de cuartos de final ante el Shakhtar Donetsk, el técnico azulgrana afiló los dientes, como buscando enemigos entre los medios de comunicación, donde predominan los aduladores, donde son mayoría los fieles a su filosofía. Resultados mandan... Dicen que el elogio continuado debilita y puede que por eso el entrenador del Barça haya cambiado de estrategia. No será el primer entrenador del mundo ni el último en utilizar a la prensa para su conveniencia. Si se exceden en las alabanzas antes de un partido importante, el mensaje a los jugadores está claro: ni caso a esa profesión que no sabe respetar a los rivales. Y si cambiaran las tornas y llegaran los 'palos', mucho mejor para un entrenador: así puede hacer 'piña' en el vestuario contra esa profesión que no sabe respetar al equipo propio.

Se irritó porque se menospreció al equipo ucraniano y, lo que es peor, a Chygrynskiy, capricho personal que le costó a Joan Laporta nada menos que 25 millones en agosto de 2009 y que Sandro Rosell devolvió por 15 al Shakhtar en 2010 en contra de la voluntad del entrenador. Se intuye que a Guardiola le sentó fatal que los medios de comunicación se hicieran eco de un premio irónico: un Balón de Chocolate, así, en mayúsculas, como parodia de un Balón de Oro por los servicios prestados. «Hasta se ha ridiculizado a Chygrynskiy», lamentó Guardiola en su rueda de prensa previa al choque de vuelta que fue sentenciado por otro gol de Messi.