Aquel 14 de abril
Dos factores llevaron al trágico desenlace: la existencia de una Constitución nada integradora y la casi imposible convivencia de un sistema de «pluripartidismo ilimitado»
CATEDRÁTICO DE DERECHO POLÍTICOActualizado:Se cumplen en estos días los 80 años de una de las fechas más significativas de nuestra historia política. La fecha en que advino a nuestro país la Segunda República. Durante siglos de predominio monárquico, únicamente allá, en los setenta del XIX, se había experimentado unos breves años de una Primera República, de corte federal, que terminó en el cantonalismo abortado con el golpe del general Pavía. Ahora, el 14 de abril de 1931, la Segunda República presenta unos matices bastante diferentes. La monarquía de Alfonso XIII se había ido desgastando tanto por la práctica del 'borboneo' como, sobre todo, el hecho, no admitido ni por los monárquicos de siempre, de haber aceptado y amparado la dictadura de Primo de Rivera. Las voces exponentes de la opinión pública, sobre todo las de los intelectuales que llegaron a construir una Agrupación al Servicio de la República, junto a las de la todavía más pujante clase obrera, fueron fundando y esparciendo por el país la necesidad de la República con democracia.
Tras unas elecciones municipales que dieron la victoria a los candidatos republicanos en las ciudades (el campo estaba todavía plenamente dominado por el caciquismo), el Rey se encuentra desasistido. No quiere acudir a la fuerza del Ejército y opta por abandonar el país, saliendo en barco por Cartagena. Por lo demás, a fines de septiembre de 1930 se habían congregado en San Sebastián los representantes de partidos de tendencia republicana para, de igual forma, diseñar el perfil de la República que se percibía cercana. Ortega, poco antes, había ya lanzado su famoso «delenda» (es decir, moribunda) para la Monarquía. Los asistentes al Pacto de San Sebastián fueron encarcelados, pero, poco después, serían las cabezas visibles de la República. Con la predominante figura de Manuel Azaña, hasta el punto de la conocida frase: «La República es Azaña y Azaña es la República».
Lo que importa destacar del 14 de abril es que estamos ante un régimen que llegaba pacíficamente, sin golpe militar que lo impusiera. Sin derramamiento de sangre alguna, como señalara Carlos Rama. Y con el empuje de una innegable euforia popular ¡La alegría de la República! ¡La fecha al parecer imborrable de un 14 de abril! Algo que durará decenios y decenios, primero dentro de España y luego en el disperso y doloroso exilio. Es la forma cómo llegó la República, que, en palabras poco sensatas de Jiménez Asúa, había venido a «mudarlo todo». Posiblemente aquí estuvo el primer exceso propio de una ideología del liberalismo de la primera hora. Pero el contento general y la facilidad del camino para la llegada son extremos muy difíciles de negar.
Y es que, bien pronto y de forma paulatina en cuyo detalle ahora no podemos entrar, la euforia inicial tuvo que experimentar graves incidentes. El frustrado golpe del general Sanjurjo que nunca había aceptado el nuevo régimen. Los constantes desmanes del anarquismo, para el que aquella República era una inútil farsa burguesa ajena a los intereses de la clase obrera. El fenómeno importante de la escisión del PSOE, el partido más organizado del momento (los restantes no pasaron de 'partidos notables'), la revolución anarquico-socialista de octubre de 1934 en Asturias (para algunos, comienzos del final republicano), la poco ortodoxa destitución de Alcalá Zamora como presidente de la República. La sustitución por Manuel Azaña, que así se apartaba del gobierno efectivo y que quedaba al margen de un sistema fundamentalmente de predominio parlamentario. Y, en fin, la política revanchista y carente de orden que se produce a partir de febrero de 1936 tras el triunfo electoral del Frente Popular sobre el Frente Nacional: ¡las dos Españas de nuevo!). Con el asesinato de Calvo Sotelo por medio.
Pero, por encima de todo ello, dos factores de los que no poco derivó todo lo esbozado.
En primer lugar, la existencia de una Constitución nada integradora. Con un Ejecutivo debilitado y, sobre todo, con el gran error de incluir en su articulado el desarrollo de unos artículos que daban pie a una política contraria a la Iglesia Católica y que llegaba hasta la ridícula forma empleada para expulsar y disolver la Compañía de Jesús. Esto apartó de la creencia republicana a gran parte de la sociedad y motivó la aparición de partidos y factores para quienes «aquella no podía ser su Constitución».
Y, en segundo lugar, la casi imposible convivencia de un sistema que el Maestro Sartori llamara como de «pluripartidismo ilimitado». Muchos partidos, con fuertes grietas hacia la República establecida. La misma República tuvo que luchar con algunos de ellos, sin la pacífica situación política para avanzar. Muchos intelectuales (por cierto, incluso el liberal Salvador de Madariaga) denunciaron esta insostenible situación. El gran dilema entre una República liberal-burguesa o una República de matiz proletario. Las denuncias de Ortega, Unamuno y hasta el mismo Azaña no tuvieron el menor eco.
El final de esta agonía, ya lejana al contento del 14 de abril, tuvo el final conocido y, ahora sí, con mucha sangre derramada.