Dícese de una red social que vomita improntas cortas, pequeñas descargas de conciencia, y que está a punto de convertirse en una secta. Una de las amenazas que asociábamos todos al futuro era la de que acabaran por leernos la mente. Porque todos damos por hecho que los demás ámbitos de nuestra vida privada son susceptibles de no ser tan privados como nos gustaría. Nuestros datos circulan por mercados que desconocemos; nuestra gente de confianza puede dejar de serlo en cualquier momento; nosotros mismos podemos renegar de nuestros actos. Hasta ahora, solo había una zona que se mantenía inaccesible al juicio de los demás: nuestros pensamientos. Son esas criaturas, en ocasiones bestias, que alimentamos y engordamos para que un día vean la luz pública y se materialicen en una palabra, o en una acción. No todos valen, los hay que mueren dentro de los confines de la mente porque sacarlos supondría poner en riesgo nuestra integridad, nuestra seguridad, o atentarían directamente contra la imagen que de nosotros se tiene. Pues bien, el futuro ese que tanto temíamos ha llegado. Y no ha hecho falta una sofisticada máquina conectada con unos electrodos a las sienes, ni un aparato de ondas, ni nada por el estilo. Ha sido mucho más sencillo: se llama Twitter. Es la posibilidad de expresar lo primero que te viene a la cabeza desde donde estés y colgarlo en la red a través del teléfono, del ordenador, y pronto, seguro, desde cualquier electrodoméstico del hogar. Claro, que te puedes contener y no hacerlo, pero la droga debe enganchar, sobre todo cuando te contabilizan los adeptos que esperan tu ocurrencia con la boca abierta como polluelos en un nido. Y luego pasa lo que pasa, cuando hay una amnistía constante de los pensamientos: las torpezas, las malas interpretaciones, las disculpas y las condenas. ¿Estamos tan solos que necesitamos que los demás sepan qué estamos pensando en todo momento? ¿La fama está tan vacía de contenido como parece? ¿Llegaremos a hablar de 'pensamientos basura' y 'pensamientos elaborados'? Pasen buen día.