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El secreto mejor guardado de Ubrique

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Alrededor de 17.000 habitantes según el último censo. Y solo cuatro frikis mal contados en la televisión basura de este país. Las personas de Ubrique ganan por goleada a sus personajes. Y, desde luego, a sus personajillos.

¿Qué relación guarda esa caspa ibérica repartida por los platós, con la vida cotidiana de una gente que practica el noble arte de la supervivencia y cuyo mayor pecado de picaresca quizá estribaría en evitar que los frían a impuestos o que los tanguen los vendedores de humo por lo común venidos de fuera? Nada de nada. No hay color entre los humildes talleres de la patacabra y los malos aires de Carlos Carretero, al que Ubrique acogió como policía local antes de darse cuenta de que se le iba la mano con los detenidos o con otros aspectos del uniforme que vestía. Por no hablar de la red de falsas bajas que ahora se juzga bajo su nombre en la Audiencia de Cádiz, con María José Campanario en el papel de estrella acusada.

Un torero famoso y una patulea de infames que quieren serlo. Ese es el espejo cóncavo del Callejón del Gato al que se enfrenta la realidad de Ubrique, un pueblo caricaturizado hasta extremos absurdos por esa información de quita y pon en donde las noticias se devoran a sí mismas como si fueran gremlins mojados a partir de medianoche.

Mientras unos cuantos se forran a costa de airear sus braguetas ante las cámaras, medio pueblo intenta evitar que cierren sus históricos talleres donde se trabaja la piel: la fuerte competencia de las deslocalizaciones a países del tercer mundo mandaron al paro a numerosos artesanos locales, que ahora empiezan a recobrar a buchitos cortos sus antiguos empleos pero, eso sí, con horarios y salarios ya definitivamente contagiados de tercermundismo.

Ubrique es una montaña poderosa manchada de verde, un río que arrastra historias fantásticas de turroneros que dejaron de serlo, pequeños rumores de familia que estallan como si fueran gamones en manos de los niños y que a veces chispean en la nocturnidad del Morgan. Su feria es modesta, pero que le echen un galgo. Y su romería bulliciosa. Las chirigotas cantan una vez al año en el callejón del Norte pero su eco queda colgado del viento hasta el febrero siguiente. Hay un amanecer que huele a churros, un invierno frío y un verano de sol y moscas que busca la fresquita. Pero les aseguro que hay una realidad de este maltratado pueblo de la sierra que merecería sin duda una mayor atención por parte de las cámaras. Su secreto mejor guardado no es el que rodea a la vida sentimental del padre del diestro local o si la Campa engañó o no al fisco buscando una paguita para su madre. El gran enigma de este pueblo y que merecería sin duda un trabajo de investigación es el de la receta de los gañones, un maravilloso dulce que suele hornearse en Semana Santa. No se pierdan esa exclusiva.