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DONDE LAS CALLES NO TIENEN NOMBRE

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Las consecuencias psicológicas que han dejado en el empresario Rafael Ávila sus 16 días de secuestro ponen los vellos de puntaLa Junta ha ofrecido a sus empleados de Justicia trabajar horas extra por la tarde; quizá debería haberlo hecho con parados

JAVIER BENÍTEZ
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Como consecuencia de los hechos «Rafael padece Trastorno por Estrés Postraumático Crónico, con cuadro de estado de ánimo depresivo, fatiga y pérdida de energía, enlentecimiento psicomotor, diminución acusada del interés por actividades cotidianas, problemas de concentración, somatizaciones, pesadillas, pensamientos recurrentes, miedos, hipervigilancia, esfuerzos por evitar situaciones relacionadas con los hechos denunciados, miedo al futuro, sensación de desolación e indefensión acompañado por miedo por su integridad física y su familia, sintomatología ésta que por la severidad de la persistencia es causa de un significativo distrés o alteración en lo social, en lo laboral, en lo biológico y en el funcionamiento psicológico, constitutivo de secuelas importantes en su desempeño actual y futuro y, aunque ha seguido tratamiento durante un año y tiene indicada la reanudación de tratamiento médico pisquiátrico, piscológico y psicoterapeútico en fechas próximas, dichas secuelas quedarán, en mayor o menor grado, de por vida». Pone los vellos de punta, ¿verdad? Se trata de un informe elaborado por psiquiatras forenses y que aparece con todo lujo de detalles en la sentencia por el secuestro del empresario sanluqueño Rafael Ávila, que es el paciente al que se hace referencia. El propio Rafael Ávila, a preguntas del fiscal, declaró en el juicio seguido en la Audiencia Provincial de Cádiz hace unas semanas que su vida «es una mierda» desde que fue secuestrado y posteriormente, tras 16 días de cautiverio, liberado por los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. Recuerde aquella imagen de un hombre totalmente hundido y muerto de miedo. Leyendo las conclusiones de los médicos que lo han atendido no hay duda de que los malnacidos que lo secuestraron y torturaron le han destrozado a existencia a un hombre honrado, cuyo único delito fue dedicarse con éxito a los negocios y tener cierto patrimonio. La sentencia ha sido muy bien recibida por la familia. Tiene más de sesenta páginas y es casi un relato de terror. Luis Miguel Rodríguez Pueyo, un sujeto que también estuvo relacionado con el famoso caso Arny -esto ya da buena cuenta del degenerado del que hablamos- ha sido condenado a 18 años y medio de cárcel como cabecilla del secuestro. La condena para su hijo, Luis Miguel Rodríguez de Souza, es de 16 años como colaborador necesario en el rapto. El pardillo que hizo de carcelero, un gilipollas sin escrúpulos llamado José Antonio Giles, ha sido condenado a 15 años y medio a la sombra, la misma pena que ha recaído sobre Raúl Brey -el dueño del chalet de Almonte donde estuvo retenido el empresario Rafael Ávila- y Manuel Ibáñez, un empresario sanluqueño que actuó como informador al servicio de esta panda de perros. Además de un daño psicológico de por vida, Rafael Ávila también presentaba lesiones físicas muy importantes como consecuencia de 16 días de secuestro en los que estuvo tumbado en un colchón en el suelo, sin poder levantarse ni para hacer sus necesidades, y atiborrado de pastillas (tranquimazin) para que estuviese aturdido durante todo el día. Además, tenía que soportar una música estridente a todo volumen las 24 horas del día. Tras conocer todos los detalles del caso las penas se hacen incluso cortas, pero lo importante es que las cumplan de manera íntegra. Sería asquerosamente injusto que alguno de estos individuos saliese a la calle dentro de cuatro o cinco años, mientras que a Rafael todavía le cuesta dormir un par de horas seguidas. Como dijo en cierta ocasión, en referencia a un caso de terrorismo, Fran López de Paz -extraordinario locutor de Canal Sur Radio- que nos perdonen las ratas por compararlas con estos tipos.