Una gota más de radiación
Nuestra dosis diaria aumentará muy probablemente por culpa de Fukushima
Actualizado: GuardarDe verdad será un Chernóbil a cámara lenta? Así la definió Eduard Rodríguez-Farré, radiólogo del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), cuando las explosiones en la central nuclear de Fukushima tenían a medio mundo en vilo. Parecía a todas luces un cataclismo en potencia; todo era cuestión de esperar. Ha pasado casi un mes y seguimos pendientes del veneno que vomita por tierra, mar y aire. Palabras tan inquietantes como yodo 131, cesio 137, plutonio 239 (variantes radiactivas de los respectivos elementos químicos) empiezan a sonar muy familiares. Demasiado.
Poco después de que Japón haya autorizado el vertido de 11.500 toneladas de agua «ligeramente contaminada» al Pacífico, nadie se atreve a enmendar la plana a las palabras de Rodríguez-Farré. Con una radiactividad que supera 100 veces el límite legal, no se sabe a ciencia cierta lo que ocurrirá en el futuro, pero una cosa está clarísima: el impacto en el medio ambiente ya no tiene arreglo. Sucederá lo mismo que con las pruebas nucleares realizadas por EE UU a campo abierto -legales hasta la década de los 50- o la catástrofe de Chernóbil. La Tierra tiene memoria y sus habitantes, presentes y futuros, van a pagar las consecuencias.
«Aquellas prácticas de EE UU y el accidente nuclear en Ucrania aumentaron nuestra exposición a la radiactividad. ¿En qué sentido? Vayamos por partes, yo le explico: los españoles estamos expuestos a 2,4 milisievert (unidad utilizada para medir la dosis de radiación) y eso, todos los años. Sin problema, resulta inocuo. El mero contacto con la naturaleza nos pone en contacto con esa dosis. Pues bien, le añado otro dato: una pequeña parte de ese 2,4 es herencia de las pruebas que llevó a cabo EE UU y de la desgracia de Chernóbil», reconoce Francesc Barquinero, biólogo colaborador del Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA).
En definitiva, no hace falta someterse a una exploración radiográfica de aparato digestivo (que puede equivaler a 3 milisievert) para recibir una descarga más que suficiente. Una cantidad, de todas maneras, mínima e inofensiva. Muy lejos de las 100 unidades detectadas en la sangre de algunos operarios y bomberos de la planta nuclear japonesa -los 'samurais de Fukushima' les llaman-, que no dudaron en luchar a brazo partido contra las llamas y el calentamiento de los reactores sin parar mientes en su salud. «Con esa concentración radiactiva es posible que padezcan alteraciones cromosómicas pero, claro, para eso hay que hacer los análisis pertinentes. No todos van a padecer esas secuelas. ¡No seamos alarmistas!», advierte Barquinero.
A su juicio, no hay que precipitarse a la hora de sacar conclusiones: «Mire, yo solo quiero transmitir un mensaje de tranquilidad, más aún en lo que concierne a España. Ni los valores detectados en el aire (por las estaciones de medición de Barcelona, Bilbao, Cáceres y Sevilla) son significativos ni se va a permitir la circulación de productos contaminados, ya sean leche, pescado... En nuestro país tenemos requisitos legales que se cumplen a rajatabla». Sin poner en duda abiertamente la eficacia de esos controles de calidad, el portavoz de Greenpeace en España, Carlos Bravo, no puede evitar dar la voz de alarma «porque llega muy poca información y encima no se recalcan los datos de extrema gravedad».
Corrientes marinas
Como biólogo y experto en el área de energía nuclear dentro de la ONG, se ha llevado las manos a la cabeza al saber que, según el Instituto Meteorológico Nacional de Austria, «en los cuatro primeros días, tras las explosiones de Fukushima, ya se había emitido el 40% del yodo y el 50% del cesio que se liberaron en Chernóbil». ¿A cuánto ascenderán uno y otro en la actualidad? Preguna inquietante y sin respuesta. Por ahora. Conste que el primer elemento tiene una vida media de 80 días y el segundo llega a los 300 años; por no hablar del plutonio que alcanza los 250.000 años. Son componentes que no se diluyen y pasan a formar parte de las corrientes marinas.
«El citoplacton, algas, peces, animales carnívoros y nosotros mismos nos veremos perjudicados. No se puede atajar la exposición a la radiactividad», asegura Carlos Bravo. El yodo 131 afecta a la tiroides y también se fija en los huesos; el cesio 137 daña las partes blandas (ovarios, músculos); el plutonio 239 ataca a los pulmones y puede entrar en el torrente sanguíneo... Una ponzoña que, esperemos, no amargue demasiado la vida de las futuras generaciones.