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La fe de Charlene La novia del príncipe Alberto se convierte al catolicismo para poder acceder al trono de Mónaco

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Tiene unas espaldas colosales que le permitirán salir airosa. Lo mismo aguanta una serie de relevos 4x100 metros libre (no muy lejos del récord de 3.35.22) que asiste a clases de protocolo para disimular su fuerte acento sudafricano. Hace gala de una paciencia y disciplina de campeona. A estas alturas, no solo sabe agarrar con distinción el 'clutch', sin que parezca que lleva una raqueta de tenis, sino que además cree en los milagros de Santa Devota, la patrona del Principado de Mónaco.

Ahí donde la ven, Charlene Wittstock ha abandonado el protestantismo y se ha convertido al catolicismo, religión oficial del país de su prometido, Alberto II, único hijo varón de Rainiero y Grace Kelly. Si aspiras al trono monegasco, no tienes alternativa. Hay que profesar la religión de Roma; un requisito que también se impuso en su día a Victoria Eugenia de Battenberg, esposa de Alfonso XIII, y a la propia Reina Sofía. La primera -abuela de nuestro actual monarca- profesaba la confesión presbiteriana de Escocia y renegó de sus creencias en unos términos que ponen los pelos de punta: «Siento grandemente haber faltado contra la fe de la Santa Iglesia Católica, que es la única verdadera y a la cual yo me someto, y reniego y condeno todo lo que ella reniega y condena, y estoy dispuesta a obedecer todo aquello que ella me mande...».

Solo después de aquellas palabras, pronunciadas con la mano sobre los Evangelios en el palacio donostiarra de Miramar, pudo plantearse su ingreso como miembro de la familia real española. Su reinado duró 25 años, entre 1907 y 1931, un periodo convulso que le deparó muchas amarguras y es muy probable que durante su exilio, tras el advenimiento de la República, le acabara reconociendo aquella renuncia tan brutal y despreciativa con sus convicciones más íntimas.

Los fieles de la Iglesia Presbiteriana de Escocia son extremadamente devotos -algunos, como el actor Hugh Laurie (doctor House) achacan sus males a ese rigor-, de modo que no resulta descabellado pensar que Victoria Eugenia de Battenberg no se lo pudo perdonar nunca. Sin ir más lejos, su biógrafo oficial, Gerard Noel, no lo pone en duda: «Siempre lo consideró una traición». Quizás fuera una de tantas razones, aparte de las muchas desavenencias personales, para separarse del marido. La reina rompió con Alfonso XIII antes de la Segunda Guerra Mundial. Ahí se saltó a la torera las formalidades decimonónicas que les obligaban a saludar con el cuello tieso, montar a caballo y tener hijos. No se les pedía más humanidad. En esa misma línea, todos los requisitos relativos a la fe no eran más que antiguallas propias de la época, cuando España se consideraba un Estado confesional, sea por el peso de la tradición o por imposición de la dictadura, como ocurrió en el caso de la Reina Sofía.

«Las leyes franquistas exigían que ambos príncipes fueran católicos, apostólicos y romanos. La solución, con todo, no fue traumática. Se optó, con el permiso del Vaticano, por recurrir a una ceremonia doble. Contrajeron matrimonio en Atenas, tanto por el rito católico como con el ortodoxo», apunta Antonio Torres del Moral , catedrático de Derecho Constitucional por la UNED. El sometimiento a Roma de la princesa se limitó, en mayo de 1962, a la firma de un documento que certificaba la adhesión al Papa. La propia reina ha quitado hierro al asunto recientemente, en una entrevista concedida a la periodista Pilar Urbano: «No se trataba de un bautismo, ni de una abjuración de nada, ni siquiera tuve que recitar el credo...». Una paz de espíritu que el experto constitucionalista Antonio Torres del Moral encuentra muy lógica, máxime en la actualidad, «cuando lo que rige en España es un Estado aconfesional».

- Entonces, ¿podríamos tener monarcas judíos o musulmanes o...?

- La Constitución no exige que sean católicos, aunque, curiosamente, se parte de que lo han sido, son y serán siempre... En fin, es una laguna. Llegado el caso, habrá que actuar sobre la marcha.

- Nada que ver con Mónaco, donde se impone que sean leales a la Santa Sede.

¿El Papa en Mónaco?

En Mónaco está claro que la ley se interpreta literalmente. La novia más atlética del papel 'couché' no tardará en dominar el arte de la genuflexión sin perder el equilibrio; lo mismo delante del arzobispo de Mónaco, Bernard Barsi, que ante el mismísimo Papa Benedicto XVI. Cuando le llegue el turno, claro, ya que la visita del pontífice al Principado de Mónaco está prevista para 2012. ¡La primera en 500 años! Un hito histórico para el que se prepara la exnadadora sudafricana, futura princesa consorte y alteza serenísima; a partir de su boda el próximo 2 de julio con Alberto II de Mónaco, contará con todas las bendiciones. Lógico. Hay que cumplir con la parafernalia y pompa, más aún cuando eres el segundo país más diminuto del mundo, detrás del Vaticano, y tu lema es 'Déo Juvante' (Con la ayuda de Dios). Ya se sabe, los pequeños no suelen tenerlo fácil.

La Constitución monegasca siempre ha exigido que los reyes, y herederos al trono profesen la fe que dicta el Vaticano. No hay vuelta de hoja. Una exigencia, por cierto, muy propia de la mayoría de las monarquías europeas. La corona ya no se ciñe 'por gracia de Dios', pero el respaldo de la Iglesia, sea cual sea, todavía tiene un papel fundamental en los sistemas políticos de países como Noruega. Un botón de muestra: en la década de los años 50, el parlamento de Oslo decidió mediante votación y por ley que el infierno existía... No exageramos. Mucho ha llovido desde entonces, pero todavía mantienen un Estado netamente confesional, donde la religión oficial es la evangelista luterana, igual que en Dinamarca y Suecia.

Los Países Bajos tampoco van a la zaga cuando se trata de seguir a pies juntillas la letra de la norma. Irene de Holanda, segunda en la línea de sucesión al trono, se convirtió al catolicismo en 1964 para casarse con Carlos Hugo de Borbón y la represalia fue inmediata. Perdió todos sus derechos sucesorios. Con la pertenencia a la Iglesia Reformada Neerlandesa no se negocia, siempre y cuando tengas aspiraciones al trono. La religión es cosa seria (y hasta regia), igual que en Mónaco. En resumidas cuentas, pura burocracia.

Da igual que los Grimaldi se hayan especializado en dar quebraderos de cabeza al Vaticano: los hijos de Grace Kelly -una rubia glamourosa, pétrea y fría, muy al gusto de Hitchcock- llevan años protagonizando escándalos de alcoba dignos de Corín Tellado. Y nadie se hace cruces...