CÁLIZ
Actualizado:El gaditano nace siendo anfitrión. Es innato en nuestro pueblo saber cómo tratar al visitante. Sobre todo porque queremos que vuelva y que, cuando lo haga, no venga solo él, sino que lo haga acompañado por toda una troupe que, como si de una cadena de favores se tratara, vaya atrayendo a más y más amigos que queden encandilados por nuestra tierra. Y esto no solo sucede cuando ejercemos de anfitriones, ocurre también cuando estamos en otro lugar o incluso en un país extranjero en donde parece que exponencialmente aumenta nuestra «fama de obsesos», o porque al estar al lado de gente que no tiene nuestro acento, el contraste es mayor. Cuando conocimos a un cantautor madrileño en París que nunca había estado por aquí o solo lo había hecho un sábado de carnaval (que no cuenta), le bastó una noche con dos gaditanas para poder escribir una canción sobre la ciudad. Porque nuestra alegría, nuestra idiosincrasia parece que es tan clara y limpia que maravilla en un instante a aquellos que, como ellos mismos dicen, no sienten un apego especial por el sitio donde nacieron. Si a un gaditano le resulta la vida cruda como el sushi, la moja con salero soja y guasa riéndose de los problemas, no solo cada año en febrero, sino cada día que pasa. Comparaba Carlos Cano el camino entre Cádiz-La Habana con más salero que en el trayecto a la inversa. Este poeta también era de fuera, y puede que ellos sean quienes puedan definirnos más fácilmente, más conceptualmente, ya que un autor gaditano le da tres mil vueltas a un asunto poniendo en el trayecto triple doble sentido. Y por esto le doy gracias a aquellos visitantes que se hacen amadores de la Tacita, ya que seguramente para alguien de fuera que no lo ha vivido sea más fácil explicarles lo que se vive aquí por ellos, que por nosotros que lo vemos todos los días.