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Vuelta de hoja

Dinero de bolsillo

Manuel Alcántara
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Cuando se desploma el consumo nos cae a todos encima aunque aplaste de manera desigual a los que venden y a los que compren. Si el comercio va mal no sólo lo pasan peor los comerciantes, sino los clientes. El dinero es un nómada y si no sale a la calle se apagan los escaparates. Durante el primer trimestre del año se ha mostrado muy retraído, lo que quiere decir que la llamada «cuesta de enero» se está prolongando hasta el borde del verano. Dicho de otra manera: nadie se gasta un euro. Quienes no lo tienen no pueden permitírselo, y quienes tienen muchos los guardan para mejor ocasión, confiando en que todas serán más propicias. En el Eclesiastés pueden leerse unas sabias palabras, protegidas porque ya hay muy pocos que lean tan docto y extravagante libro: «El pecado sabe introducirse entre la compra y la venta».

Quizá nos estemos liberando los españoles de esa modalidad pecaminosa: al contrario de lo que sucedía en épocas recientes, no podemos gastar lo que no tenemos. Hasta hace poco los Bancos y las Cajas se mostraban complacientes y avalaban nuestros descréditos, pero eso ha cambiado bruscamente, aunque permanezcan algunos truhanes conocidos. Lo que nos importa es nuestro honrado dinerín.

Esa es la cuestión y por eso nos interesa menos que el presidente Zapatero se vaya a tomar el viento de la historia que los nuevos aires. Lo que nos importa a los españoles, que desde los tiempos de Quevedo somos cortos de vista histórica, es el presente. Eso de que nadie se gaste nada es dramático, pero no ha empezado más que la función, que tiene varios actos. Hay que distinguir la avaricia, que es estrictamente repugnante, de la tacañería de los pobres, que se ven obligados a no tirar el dinero que les falta. Ya digo que lo preocupante no es el futuro del Estado, quiero decir del Gobierno, sino del estado de los bolsillos, que están de cuerpo presente.