Los lugares marcados

Jerez en portada

Jerez Actualizado: Guardar
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No tengo moto, no. La única que tuve fue ciclomotor de 49 cc., una Derbi Start que hoy daría risa. De las que cogían perla en la bujía, vaya. No soy aficionada a las motos. Me suenan, como mucho, los nombres mediáticos: Dani Pedrosa, Valentino Rossi, Jorge Lorenzo… Tampoco manejo el vocabulario de poles, vueltas rápidas, parrillas y chicanes. Pero me gusta el Mundial de Jerez. No crean que me contradigo. Me gusta el Mundial de Jerez por Jerez. Por ver en la televisión y en toda la prensa mundial el nombre de Jerez en portada. Por encontrarme las calles y las terrazas llenas de gente forastera (es marca de la casa la debilidad por el turista y el foráneo). Por escuchar en la retransmisiones eso de la Curva del Peluqui, la del Dry Sack o la Torre Tío Pepe, jerezanísimos nombres propios que aún deben de sonar exóticos a los aficionados alemanes o japoneses.

En el fondo de nuestros corazones, que queremos cosmopolitas y ultramodernos, todos llevamos al jerezano (a la jerezana) de pro, al que se le quiebra la voz al mencionar ciertas calles del casco antiguo, al que se le hincha el pecho cuando alaban la feria, el vino fino o la planta del caballo cartujano. Es como un enanito respondón que viviese a nuestra costa, parásito escondido bajo la pose del despego, y saliera en los momentos más inesperados. Veía las tomas de Jerez desde el aire, las torres de la Catedral a vista de pájaro, la campiña rodeando como un cinturón primaveral al caserío, el diseño sorprendente del circuito, y se me escapaba la enanita chauvinista que piropea, a pesar de las obras inacabadas, de las farolas fundidas, de los parterres descuidados, a pesar de cualquier fallo, de cualquier carencia, a esta ciudad hermosa donde tuve la suerte de nacer.