El primero. El château Latour Laguens fue el primero que pasó a manos de una empresa china. Tras la compra el edificio fue transformado en hotel. A la derecha Helene Laguens, de la familia propietaria, paseando por los viñedos. :: AXELLE MAQUIN-ROY/BOB EDME(AP)/SUD OUEST
Sociedad

Los chinos compran seis châteaux en la zona vinícola más reputada

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La geografía del vino atraviesa infinidad de territorios pero Burdeos es su indiscutible capital, el sanctasanctórum que atesora los arcanos de la cultura enológica. En la mayor parte del mundo la región que toma el nombre de la vieja ciudad de los girondinos es al vino lo que Escocia es al whisky o Jabugo al jamón. En sus tierras calizas regadas por el Garona y protegidas de las heladas invernales por las brumas del cercano Atlántico se cultivan los mejores viñedos del mundo. Nombres como Château Lafite Rothschild, Château Margaux o Château Latour, por citar tres de los cinco 'premier cru', los châteaux que se sitúan en el vértice superior de la compleja pirámide bordelesa, tienen resonancias legendarias para los aficionados al vino. Baste decir que en una subasta celebrada a finales del año pasado en Sotheby's se pagaron 696.000 euros por tres botellas de Lafite Rothschild de 1869 y que la más reciente de las añadas de esta misma bodega, la de 2009, se vende ahora a 1.450 euros la botella (es probable que cuando el cliente reciba el vino, allá por finales de este año o principios de 2012, el precio se haya incrementado sensiblemente si es que para entonces queda alguna caja en venta).

El único dato que trascendió del comprador que desembolsó casi 116 millones de pesetas por las tres botellas de Burdeos subastadas en Sotheby's es que era chino. La que ya es la segunda economía del mundo vive lo más parecido a una fiebre del oro en su versión vinícola, coinciden varios expertos consultados por este periódico, que destacan la avidez con que el mercado chino absorbe los caldos europeos, sobre todo los franceses, por muy disparatados que puedan resultar sus precios. «En China se va a dibujar el nuevo mapa del vino mundial», pronostica el crítico de vinos Iñigo Galatas, que cita un estudio de la consultora International Wine and Spirit Research (IWSR) que coloca al gigante asiático en la séptima plaza entre los principales productores del mundo. «China, que hace unos años ni siquiera aparecía en esa lista, se va a convertir en la locomotora del sector del vino, por encima de Estados Unidos o Rusia», certifica el crítico.

El vino es una bebida ajena a la cultura china tradicional. Su irrupción tiene que ver con las nuevas formas de vida de las clases emergentes y su fascinación por todo lo que llega de Occidente. «Más que una bebida es un símbolo», resume Óscar Martínez, gerente de la riojana Bodegas Altanza, una de las marcas españolas (111 bodegas de La Rioja mantienen relaciones comerciales con China) con más presencia en el mercado asiático. Martínez explica que se trata de un producto caro que únicamente resulta accesible a los chinos con mayor poder adquisitivo. «No lo beben todos los días, pero cuando lo hacen no reparan en gastos porque en China lo que no falta ahora es el dinero», dice el bodeguero español. Los chinos compensan su escasa cultura enológica con una entrega sin condiciones hacia los vinos franceses, que acaparan el 90% de las ventas de los caldos de importación. «Para las nuevas clases medias, que son las que tienen dinero, hablar de vino es hablar de Francia y por extensión de Burdeos, no hay más», lamenta Martínez.

La seducción que el vino francés ejerce en China se traduce en un constante incremento de las exportaciones y en una presencia cada vez mayor de enólogos y expertos del país vecino en la elaboración de los caldos chinos. Stèphanie Rocamora, de la empresa Millésima Bordeaux, una de las principales distribuidoras bordelesas de vinos, explica que los pedidos procedentes de los mercados asiáticos, sobre todo de China, superan ya sus ventas en Estados Unidos, hasta hace poco su principal cliente. «Acabamos de abrir una delegación en Hong Kong», aclara gráficamente Rocamora, que cuenta también que cada vez hay más asiáticos entre los alumnos de la facultad de enología de Burdeos, meca a la que peregrinan con veneración desde hace ya unas cuantas generaciones todos los aspirantes a recibir una formación académica sobre el sector vinícola.

'Cru bourgeois'

Pero lo que ha terminado de sellar el idilio de los chinos con la comarca bordelesa es la adquisición por parte de los primeros de al menos seis châteaux en los cuatro últimos años. Los châteaux son el equivalente a las bodegas españolas. Se trata de propiedades rurales con varios siglos de vida a sus espaldas que tienen sus viñedos y la infraestructura necesaria para hacer el vino. Muchos cuentan además con un edificio residencial que en los últimos tiempos ha sido remozado para hacer las veces de hotel. Se calcula que hay unos 7.000 châteaux en la región vitivinícola bordelesa, que ocupa unas 120.000 hectáreas (en La Rioja suman 53.000). Sólo una mínima parte de todos ellos, sin embargo, elabora vinos de primera clase.

La categoría de cada château viene dada por una controvertida clasificación que se hizo en tiempos de Napoleón III para intentar poner orden en el sector antes de la Exposición Universal de París de 1855. Desde entonces ha habido innumerables tentativas de modificar la lista, pero el peso 'político' de los mejor situados, los 'premier cru', que tienen garantizado gracias a ella el ingreso regular de ingentes cantidades de dinero, ha impedido que cualquier cambio prosperase. Los châteaux adquiridos por los chinos no están entre los grandes pero tampoco son los más modestos. El último que ha pasado a sus manos es un 'cru bourgeois', es decir, una propiedad que produce unos vinos de gama media-superior que en España podrían situarse entre un crianza y un reserva.

De momento son ya seis las propiedades adquiridas por empresas chinas en la comarca bordelesa: Latour-Laguens (2008), Richelieu (2009), Chenu Lafitte (2010) y La Salle, De Viaud y Laulan Ducos (2011). El proceso, como se ve, se ha acelerado este año aunque los franceses se cuidan bien de hacer público cualquier signo de inquietud al respecto. «En Burdeos hay muchos châteaux», responden sin aspavientos desde el Centro Interprofesional del Vino de Burdeos.

En otros medios se admite que la crisis ha dejado tocados a muchos propietarios rurales y que el dinero chino ha actuado para algunos a modo de salvavidas. Al fin y al cabo, dicen, los chinos no son los primeros que han desfilado por Burdeos; en su día lo hicieron los inversores estadounidenses y más tarde, los japoneses y los taiwaneses. El mundo del vino ha ejercido siempre una singular atracción sobre los financieros y prueba de ello es que el más famoso de los châteaux bordeleses, el Lafite Rothschild, lleva el apellido de una de las más poderosas dinastías de banqueros.

En busca de una marca

Shen Dongium es el nombre del director de la empresa que cerró a principios del mes pasado la compra del château Laulan Ducos, una propiedad de 22 hectáreas adscrita a la denominación de origen Medoc, una de las más reputadas de Burdeos. Dongium, de 42 años, se hace llamar Richard Shen en Occidente y dirige un emporio de 400 joyerías en el sureste de China que da empleo a 3.000 personas. En declaraciones a la prensa francesa, se confesó cautivado por el mundo del vino y dijo que sus planes pasan por poner en marcha en su país una cadena de vinotecas con el nombre de su nueva propiedad. Cuando los chinos compran un château adquieren sobre todo una marca. Los nuevos dueños de Laulan Duclos, por ejemplo, tienen previsto poner en marcha una campaña de marketing para asociar su nombre con Burdeos que les costará bastante más de lo que han pagado por la propiedad.

Longhai, que así se llama la empresa china que formalizó la primera operación de compra de un château hace ya tres años, ha dado el nombre de Latour-Laguens a uno de sus hoteles en la provincia de Shandong. Se trata de un establecimiento especializado en bodas de alto nivel adquisitivo que promete en su publicidad una ceremonia «europea» en un ambiente de lujo y romanticismo, algo que a los ojos de una sociedad deslumbrada por el resplandor del sueño occidental se antoja una oferta irresistible. Vino, glamour, lujo y castillos. Si el Gran Timonel levantase la cabeza...