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Camila, flamenca
A la duquesa se le iban los pies con las palmas y tanto le gustó que compró en Sevilla dos trajes de gitana para sus nietas que pagó de su bolsillo
Actualizado: GuardarJ o, sí que aprieta la mano el príncipe»! Esperanza madre y Esperanza hija, dos sevillanas de compras por el centro lograban estrechar la mano del príncipe de Gales y de la duquesa de Cornualles justo antes de que los ilustres visitantes cogiesen el tranvía que les llevaría al Ayuntamiento en un día espléndidamente sevillano, o sea bajo un sol de justicia. Eso ocurría al medio día de ayer. Hoy el príncipe Carlos y su esposa Camila ya descansan de su maratoniana visita a España en la finca del duque de Wellington, en el pueblo de Íllora, mil hectáreas de comunión con la naturaleza en la feraz vega granadina. Disfrutan de un palacete rural rodeado de olivos, verdes praderas y suaves colinas construido en el siglo XIX. España se lo regaló al noble británico por su ayuda en la Guerra de la Independencia. Es su bucólico retiro de fin de semana antes de cruzar el Estrecho y continuar su viaje oficial a Marruecos. En este Gibraltar de Granada, (los vecinos de Íllora reclaman desde hace años las tierras del latifundio inglés), Carlos y Camila culminan de manera privada su primera visita oficial a España, en la que Sevilla ha supuesto la etapa si no la más cálida -mucha gente les saludó-, sí la más calurosa.
La capital andaluza recibió a la pareja real con 30 grados a la sombra, los naranjos en plena floración y las calles atestadas de turistas. La primavera en todo su apogeo agasajó a Carlos y Camila, que en apenas cinco horas pasearon por las estrechas calles del casco histórico de la capital andaluza, montaron en tranvía, fueron cumplimentados por las autoridades en los salones oficiales de estilo barroco, renacentista y mudéjar y compraron regalos para los nietos de ella (tiene cinco de sus dos hijos). En concreto, trajes de flamenca. Sí, porque la duquesa de Cornualles no pudo resistir la tentación y como cualquier abuela demostró que tampoco le importa tocarse el bolsillo cuando se trata de sus nietos.
Un anillo de 79 euros
La duquesa de Cornualles fue exquisita y amable, saludando a todos, incluso a las guías del museo, que como Ebru, una turca nacida en Alemania de bellísimos ojos azules, le tendió la mano sorprendida ante el gesto de la dama británica. Camila no dudó en probarse un mantón bordado en tonos turquesas. De ese color escogió uno de los vestidos de flamenca para una de sus nietas de tres años en la tienda del museo. Para otra de la misma edad se decantó por uno rojo de lunares con volantes ribeteados de madroños. Cada uno a 130 euros, según contó luego entusiasmado Francisco Molina, modisto de los trajes. Camila tiró de cartera, adquirió otras dos camisetas y encargó dos trajes de flamenco, con sombrero incluido, para sus nietos de un año. Todo lo fue pagando y recogiendo la asistenta personal de la dama inglesa, que también se dio un capricho personal, un anillo de plata con figura geométrica y fondo rojo. Un capricho de 79 euros.
Jornada maratoniana
Con un 'bye, bye', dejó el museo y se subió al coche para reunirse con su marido camino del aeropuerto de San Pablo. Pasaban las cinco de la tarde. Culminaba así una visita que empezó a la 1.27 cuando la pareja llegó en coche oficial al palacio de San Telmo, sede de la presidencia de la Junta. El presidente andaluz, José Antonio Griñán, y su esposa, Teresa Caravaca, les recibieron en la puerta principal. La visita duró 20 minutos, durante los cuales Carlos y Camila firmaron en el libro de honor y conocieron la capilla del Buen Aire, una joya barroca recién restaurada. Era el primer aperitivo del atracón de arte y otras actividades.
Carlos mostró su entusiasmo por el estilo herreriano del Archivo de Indias. Camila hizo múltiples preguntas al alcalde, Alfredo Sánchez Monteseirín, sobre la inacabada fachada renacentista del edificio y se mostró torpe con el primero de los varios abanicos que le regalaron. No sabía cómo usarlo. «Lléveselo, que le va a hacer falta», le dijo el alcalde. No se le vio usarlo, pero sí un parasol y unos zapatos de tacón quizás inapropiados para el suelo adoquinado del centro de Sevilla. La duquesa no perdió la sonrisa por el suplicio. Tras la maratoniana jornada (encuentros con empresarios, altos ejecutivos y jóvenes emprendedores de la IE Business School, asistencia a un seminario, visita al Ayuntamiento y a las instalaciones de Airbus Military en Sevilla... y todo en apenas 5 horas), la pareja cogió otro vuelo privado hacia Granada para disfrutar, como en el poema de Machado, de «campo, campo, campo...».