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Dirigentes de Los Verdes celebran la victoria de su partido en las recientes elecciones regionales celebradas en el estado federado de Baden-Württemberg, donde están las fábricas de Mercedes Benz y Porsche. En el cartel se puede leer ‘¡El futuro gana!’. :: THOMAS PETER/REUTERS
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Los Verdes se suben a las barbas

Aquellos hippies de los años 80 ahora sueñan con gobernar Alemania

Enrique Müller
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«Con su permiso señor presidente. ¡Usted es un tonto del culo!». Con esta frase breve, categórica y absolutamente fuera de protocolo, pronunciada en el hemiciclo del Bundestag, en Bonn, el entonces joven y colérico parlamentario de Los Verdes Joschka Fischer se hizo famoso en todo el país y comenzó su lenta pero infatigable marcha hacia una meta que, en 1983, parecía imposible: llegar al poder en la primera potencia económica de Europa.

Ese año, Los Verdes habían logrado la hazaña de llegar al Bundestag y por primera vez un grupo heterogéneo de parlamentarios se atrevían a lucir melenas, vestían vaqueros, repartían girasoles entre sus colegas conservadores y gritaban a todo pulmón «¡mierda!», cuando algo les parecía demasiado aburrido o serio.

En 1983, la apacible vida política de Bonn cambió para siempre y estos jóvenes contestatarios consiguieron que se escuchara una voz diferente en la tribuna política más importante del país. Estos diputados con pinta de hippies pedían la disolución de la OTAN y del Pacto de Varsovia, exigían la desaparición del Ejército alemán y cosechaban aplausos y simpatizantes con un grito de guerra que aún resuena en el país: «¡Energía atómica, no gracias!». Peor aún, un tal Joschka Fischer llamaba «tonto del culo» al presidente del Bundestag.

«Son un peligro para la democracia», había exclamado Egon Bahr, el legendario político socialdemócrata, cuando un grupo de ecologistas y pacifistas se atrevieron, en 1977, a presentar las primeras listas en varias elecciones regionales. «La posibilidad de que la política exterior de Alemania dependa de este partido, provoca deslumbrantes pesadillas», sentenció el periódico 'Süddeutsche Zeitung' tres años más tarde, al comentar el nacimiento de Los Verdes, un lejano 13 de enero de 1980.

En medio de un caos casi delirante, que duró dos días, Petra Kelly, Joseph Beuys, Rudolf Bahro y Jutta Dittfuhrt triunfaron en la ciudad de Karlsruhe al reunir bajo un mismo techo a comunistas, maoístas, ecologistas y pacifistas. «Seremos un partido anti-partido», prometió Petra Kelly cuando anunció el nacimiento del nuevo partido. «Nuestros lemas serán el socialismo, la ecología, la democracia de base y la no violencia». El político bávaro Franz Joseph Strauss no les creyó y denunció desde su amada Múnich que serían el «caballo de Troya de los soviéticos».

El pasado 13 de enero, el partido cumplió 31 años de vida. No hubo fiesta de cumpleaños, ni tampoco grandes homenajes. La televisión apenas recordó la histórica fecha y la prensa escrita resaltó un aspecto que refleja la extraordinaria metamorfosis del movimiento fundado por Petra Kelly. Los Verdes se han convertido en un partido pequeño-burgués, abierto a los cambios, un movimiento que logró dominar, con una rara habilidad, el arte de equilibrar los ideales con el pragmatismo. En las últimas tres décadas, Los Verdes han sacrificado principios tan queridos como el pacifismo y el socialismo, pero no han abandonado su principal caballo de batalla: un rotundo 'No' a la energía nuclear.

«Cuando las ilusiones se fueron al carajo, decidí decir adiós a la política extraparlamentaria juvenil de los años 70 y comencé a conducir taxis. Fue la mejor escuela que he tenido porque aprendí muchas cosas, que me han sido de enorme utilidad en la política activa», contó Fischer a su biógrafa, Sabine Krause- Burger, en una inédita confesión que refleja la personalidad del líder más influyente que tuvo el partido. «El mundo no está hecho para soñar. Yo no tengo visiones, tengo metas», añadió Fischer al revelar la estrategia que le ayudó a convertirse, en 1998, en vice-canciller de Alemania y en el político más popular del país.

Pero el precio para alcanzar las metas fue terrible. Fischer se transformó, en marzo de 1999, en el primer ministro de Asuntos Exteriores alemán en enviar soldados germanos a combatir en Kosovo. Después del ataque terrorista a las torres gemelas de Nueva York, Fischer y el canciller Gerhard Schröder apostaron por una «solidaridad ilimitada» con Estados Unidos y anunciaron la decisión de enviar tropas alemanas a Afganistán.

A lo largo de los últimos 30 años, Los Verdes han demostrado que no eran el caballo de Troya de los soviéticos, como sospechaba Franz Josef Strauss y, en lugar de poner en peligro la democracia, como sugirió Egon Bahr, han impulsado leyes que protegen el medio ambiente y pactaron con éxito el cierre de todos los reactores nucleares del país, una medida que dejó sin efecto Angela Merkel en septiembre del año pasado.

Los Verdes, al dejar de lado la utopía, terminaron convirtiéndose en un partido del 'establishment', pero no perdieron una rara cualidad política que ahora ha sido destacada por sus enemigos. «Creíamos que desaparecerían al poco tiempo, pero todos nos equivocamos. Los Verdes es el único partido en Alemania que se está renovando continuamente y eso es un gran trabajo», admite Günther Beckstein, un famoso político conservador de Baviera. Esta cualidad, sumada a una gran habilidad para conseguir el voto del descontento en las filas de la democracia cristiana y la socialdemocracia, convirtió a los ecologistas en un movimiento político atractivo para los jóvenes y también para la burguesía, que se siente abandonada por los dos grandes partidos del país.

El maestro Kretschmann

Los Verdes también supieron dejar a un lado su merecida fama de grupo heterogéneo y caótico, para convertirse en una fuerza parlamentaria sólida y también en socio responsable de gobierno. En el pasado, los electores alemanes mostraban simpatía por los militantes ecologistas, pero desconfiaban de ellos. Todo eso cambio cuando el partido entendió que la economía es el problema, pero también la solución.

La metamorfosis de Los Verdes les ayudó a obtener el pasado domingo un el gran triunfo electoral en el estado federado de Baden Wüttemberg. Detrás del éxito, el candidato Winfried Kretschmann, el nuevo ídolo de Los Verdes, que es la antítesis de Joschka Fischer, el otrora héroe del partido y en estos momentos asesor de grandes multinacionales. Fischer fue un rebelde con causa, mientras que Kretschmann es un conservador con ideales ecologistas, un hombre que habría preferido negociar con la CDU para formar un gobierno en el land si Merkel no hubiera prolongado la vida útil de las plantas nucleares. El tema nuclear es un 'casus belli' para Kretschmann, un hombre que ama la naturaleza y la energía renovable.

Kretschmann, un católico practicante de 62 años, maestro de ética, no tiene pelos en la lengua para criticar a las maestras musulmanes que imparten clase con la cabeza cubierta con un velo, ni tampoco tartamudea a la hora de advertir sobre los riesgos morales de la investigación genética. Por eso, nadie abucheaba cuando el candidato repetía durante la campaña electoral una frase que habría sido un anatema en boca de Joschka Fischer: «Los Verdes somos el único partido conservador en sentido genuino, pero también somos los inventores del realismo ecológico».

La extraordinaria victoria de Los Verdes en el estado más conservador del país, pero también el más próspero, el Land donde se fabrican los lujosos Mercedes Benz y los legendarios Porsche, ha dejado al desnudo otra verdad política, impensable hace tan solo una década: la victoria demuestra que es posible conciliar la economía con la ecología.