Todas las mujeres del presidente
Un triunvirato femenino apoyado por Hillary Clinton convenció a Obama para intervenir en Libia
NUEVA YORK Actualizado:Después de casi una década de 'halcones' que se lanzaban a la guerra a la primera ocasión, Estados Unidos está fascinado ahora con la narrativa de las 'palomas' que convencieron al presidente para bombardear Libia. El triunvirato lo formaban la embajadora en la ONU, Susan Rice; la directora de Desarrollo Internacional, Gayle Smith, y la de Asuntos Multilaterales, Samantha Power; las dos últimas, además, asesoras especiales de Obama y miembros del Consejo de Seguridad Nacional. Pero todas juntas no lograron vencer las reticencias del presidente hasta que tuvieron de su parte a una peso pesado como Hillary Clinton.
La secretaria de Estado había aguantado en la alcoba las presiones de su marido, que nunca se perdonará a sí mismo el genocidio de Ruanda, pero sucumbió en una habitación de hotel en París. Allí, la mujer a la que Samantha Power había llamado «monstruo» durante la campaña electoral se inclinó hacia la intervención militar. Lo que la convenció no fue la apasionada defensa de sus compañeras, ni la elocuencia de Bill Clinton, sino la cohesión internacional que había encontrado en la capital francesa.
Confrontada con sus colegas de otros países, Clinton hizo examen de conciencia y, según 'The New York Times', se planteó las inconsistencias de la política exterior de EE UU que las revoluciones árabes han puesto de manifiesto. La reflexión le llegó tras una discusión con su homólogo de Emiratos Árabes, al que le reprochó que enviase tropas a Bahrein para calmar las protestas pero no aceptase comprometer aviones para evitar un baño de sangre en Libia. Al volver a Washington, el triunvirato de mujeres que había defendido la intervención por razones humanitarias se encontró con una poderosa aliada que goza de la confianza del presidente.
Algunos analistas han interpretado que en este Gobierno las chicas son guerreras y los hombres, mucho más cautos, quizás porque en el lado de los que se resistían a un tercer conflicto armado estaban el jefe del Pentágono, Robert Gates; el jefe del Estado mayor, almirante Mike Mullen; el asesor de Seguridad Nacional Thomas Donilon y su adjunto, Denis McDonough. Un vistazo a las vidas de las damas que hicieron posible la guerra demuestra que no son mujeres de gatillo fácil, sino comprometidas con los derechos humanos frente al cerebro calculador de los colegas masculinos a los que ganaron el pulso. Para ellos no había suficientes ventajas de seguridad nacional que justificaran el uso de recursos militares.
EEUU debe emplear su liderazgo
Samantha Power, con su sangre irlandesa y su melena peliroja, era periodista en Bosnia a los 22 años cuando el mundo permitía las masacres de Milosevic. En 2003 ganó el Pulitzer por su libro 'Un problema del infierno: EE UU en la era del genocidio', donde defendía que Washington no solo debe intervenir para frenar genocidios como los de Bosnia y Ruanda sino que debía utilizar su liderazgo para «alentar a sus aliados y a las instituciones internacionales a estar a la altura de sus compromisos y capacidades». A diferencia de Hillary Clinton, se opuso firmemente a la invasión de Irak, lo que la unió en la campaña al candidato que alzó la voz contra la guerra. «Deja que la razón sea tu instrumento, pero que la justicia sea tu causa», dijo a los estudiantes de Derecho de Santa Clara hace cuatro años.
El discurso no debió de conectar muy bien con los hombres más cerebrales de la Casa Blanca, pero encontró eco en la directora del Consejo de Seguridad Nacional, Gayle Smith, que fundó junto con George Clooney 'Enough' (Basta) para detener genocidios y crímenes contra la Humanidad. Smith fue corresponsal en Africa durante 20 años para la BBC, AP, Reuters y otros prestigiosos medios de comunicación, ha recibido numerosas condecoraciones internacionales por su trabajo y ha sido asesora de ONG y fundaciones entre las que destacan Unicef y Oxfam.
No es de extrañar que el humanismo de izquierda de estas dos mujeres respondiese al dilema político que se había presentado en la Casa Blanca. Como tampoco sorprende la postura de la embajadora ante la ONU, Susan Rice, a la que desde 1994 persiguen los fantasmas de Ruanda. Rice estaba entonces a cargo de África en el Consejo de Seguridad Nacional. Casi un millón de tutsis murieron en tres meses bajo su inerte mirada. «Si alguna vez me vuelvo a enfrentar a una crisis así me pondré del lado de una acción drástica, aunque tenga que jugármelo todo si hace falta», dijo Rice hace tres años. Aparentemente cumplió su palabra.
El martes de la semana pasada, cuando Obama regresó a la Casa Blanca después de una cena de gala en honor a los comandantes en combate, las mujeres ya habían hecho su trabajo, que luego completaría Gadafi a las puertas de Bengasi con su promesa de no tener piedad. En la sesión de esa noche en la famosa Situation Room, el asesor de Seguridad Nacional Ben Rhodes se puso de parte de la intervención. «Si realmente vamos en serio a apoyar algo que resulte efectivo, necesitamos una resolución más amplia en Nueva York», le dijo al mandatario. Esa misma noche Rice recibió luz verde para buscar una resolución que permitiese «tomar todas las medidas necesarias para proteger a los civiles». Dos días después después el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la resolución, y antes de que acabase la semana misiles Tomahawk explotaban en Trípoli.
A la Casa Blanca no le ha hecho gracia la narrativa de «Las valquirias», como las llamó la columnista de 'The New York Times' Maureen Dowd, que alimenta entre los conservadores la imagen de un presidente débil. Y eso ha hecho menos gracia aún a las feministas del país, para las que el simple hecho de que sorprenda que las mujeres defiendan una acción militar es síntoma de «sexismo y misoginia», escribió la columnista de 'The Nation' Katha Pollitt.
«Me resulta preocupante que en estos tiempos tengamos una discusión como ésta», reprochó Yana Walton, portavoz de Women Media Center, no sin antes agradecer que la presencia de mujeres cualificadas en puestos de poder desmorone los viejos estereotipos. Falta por ver si estas amazonas humanitarias, como apuntaba Dowd, «se llevan crédito o culpa» por lo que pase en Libia. Eso lo determinará la historia y el curso de la guerra.