MUNDO

EL VALOR DEL SILENCIO

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He decidido no escribir la columna, sino hacer una confesión. Que Dios me perdone. Seré sincero. Hace tiempo me pregunto qué hay de verdad en todo lo que cuentan los periódicos. Y, en lo que me afecta, si realmente entiendo lo que sucede para explicarlo. Respuesta negativa. Siento que me alegro cuando dicen que debo hacerlo y que me deprimo si me aconsejan que lo haga. Pero desde la misma y cruel ignorancia. Temo que me están tomando el pelo. Desde que la OTAN ha asumido el mando del operativo militar no quepo de gozo, y no les cuento ya cuando me dijeron que pertenecemos a la matriz de los países que llevan la dirección política de la guerra. ¿No estábamos acaso con los ciudadanos que se rebelan contra los déspotas? ¿Y qué hacemos coordinando con otros países árabes que nunca tuvieron, ni tendrán, el menor escrúpulo a la hora de reprimir a su gente? Un colega británico se pregunta si no será que creen que mientras apoyan la guerra no corren peligro.

Me avergüenzo y les recomiendo que dejen de leerme. Dado que la mayoría de los medios no tenemos periodistas desplazados en la zona y con una mirada reducida al omnipotente Twitter de lo que sucede, en general dedicados a interpretar pensamientos llegados desde Londres, París o Nueva York... Consciente de que la revolución puede acabar con algún dictador, pero no garantiza la democracia, e incluso hay rebeldes que ya se sienten la espada flamígera de Alá. Convencido de que lo que nos cuentan de la guerra es pura coincidencia y parecido a que la televisión japonesa entrevistase al yernísimo Alejandro Agag para saber acerca del futuro de Sortu. Con dudas de que las revoluciones en Siria, Egipto, Túnez, ahora Jordania -desde luego Bahréin- pretendan la misma cosa. Seguro de que si es verdad que hay muchos ciudadanos libios que se sienten sometidos por Gadafi, hay otros que beben sus vientos como con Franco. Desconfiado de que nuestra misión humanitaria logre desalojar al dictador. Y sorprendido de que a todos nos haya dado de pronto por destruir las fotos con el tirano y por no seguir vendiéndole armas. Porque carezco de convicciones y para no cambiarlas, decido que, a veces, los periodistas deberíamos tener el valor de guardar silencio.