Editorial

El enigma Zapatero

Presidente y PSOE no pueden mantener el debate sucesorio como una cuestión interna

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El PSOE se debate sobre si necesitaría despejar antes de los comicios del 22 de mayo la incógnita de quién le representará como aspirante a la presidencia del Gobierno de cara a las próximas generales, o si le sería más conveniente posponer tal decisión al previo escrutinio de las elecciones municipales y autonómicas. Un dilema en el que sus dirigentes se topan con la insoslayable posición del presidente y secretario general, Rodríguez Zapatero, a quien una norma no escrita pero asumida confiere la potestad de contener el debate mientras anuncia su disposición a pugnar o no por la reelección, determinando así toda la agenda socialista. Sin embargo fue el propio Zapatero quien contribuyó a disparar las especulaciones sobre su futuro al indicar el pasado 20 de diciembre que ya había comunicado sus intenciones a su mujer y a un miembro de la dirección socialista. Aquella revelación ha podido vivirse durante estos tres meses como un enigma lacerante en el seno del PSOE, mientras tomaba cuerpo el supuesto de que Zapatero acabaría retirándose, y a la hipótesis de su relevo 'natural' por Pérez Rubalcaba le seguían las noticias en torno a las opciones de Carme Chacón. Sería poco admisible que en el seno del PSOE se acabara debatiendo sobre el procedimiento a seguir para la designación de quien releve a Rodríguez Zapatero si éste renuncia a presentarse, discutiendo sobre la idoneidad de unas primarias o sobre la convocatoria de un congreso extraordinario, como si se tratara de una cuestión meramente interna, obviando el alcance institucional de tal disquisición. Resulta un tanto anómalo que si antes de Navidad Rodríguez Zapatero tuviese decidido no postularse de nuevo a la presidencia lo haga saber tantos meses después de darlo a entender. Pero si esa es su decisión, ni él ni su partido deberían afrontar la nominación del nuevo líder por renovación congresual o su designación por primarias con la pretensión, además, de agotar la legislatura. Algo que a estas alturas solo tendría sentido si Rodríguez Zapatero decide presentarse a la reelección. Hace un año la estabilidad gubernamental representaba el mínimo de credibilidad que España debía ofrecer en medio de la zozobra económica. Hoy esa credibilidad sería incompatible con un año de interinidad en el gobierno.