opinión

Cuánto nos parecemos

No son tiempos para la lírica. Tampoco para los valientes

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Con más frecuencia de la deseada tengo la sensación de estar escribiendo siempre el mismo artículo. Me ocurre también en la radio, creo que el programa que hago hoy se parece mucho al de ayer. No consigo evitar esta sensación que me lleva a la ansiedad en lo profesional y a la reflexión –autocrítica le llaman algunos–, en lo personal. La única esperanza es saber que no soy el único. Puede que no seamos tantos los que reconozcamos los límites de nuestra imaginación –a la cultura algunos le llaman imaginación–, pero lo cierto es que esto es lo que nos pasa.

Hace ya mucho me contó Paco Umbral algo que creo que robó sin rubor a César González Ruano, que ya se sabe que cuando uno no puede parecerse a quien admira termina robándole el espíritu, el alma y el armario. Umbral me dijo: «Mira, esto de escribir artículos se parece mucho al cortar en rodajas un salchichón; pon el brazo en vez del salchichón y empieza a cortar rodajas verás como llegará un momento en que no hay nada que cortar». Y terminaba el de Valladolid ¿o era de Madrid?: «Corta fino fino para que te dure mucho y no tengas que repetirte». Es una pena, pero antes de poner tu emisora ya sabes qué va a decir el que habla; antes de dar el euro y pico al quiosquero un buen lector ya sabe lo que va a leer de la guerra en Libia, del pacifismo de Zapatero o de su sucesión. Y lo mismo de Rajoy, de su indolencia, de su falta de decisión, de sus dudas y sospechas. ¿Qué sentido tiene mantener todo esto, me pregunto? Y me respondo: ninguno, salvo que demos por bueno que los lectores y los oyentes son tan previsibles como los medios que consumen.

Al escribir este artículo me disponía a zurrar la badana a los políticos de uno y otro lado por la poca independencia que demuestran y la mucha pleitesía que rinden al jefe que hoy les dice no a la guerra de Irak y si a la de Libia. Hay diferencias, claro, pero la palabra guerra sigue significando lo mismo con ONU que sin ella. Por eso me resulta inaudito que no haya habido ningún parlamentario que por razones de conciencia, de religión, de coherencia personal, de principios o valores haya roto la disciplina de voto. ¿La insultante unanimidad –a mí siempre me lo parece–, habría sido la misma si se hubiera votado en secreto? Me temo que no; más aún, seguro que no. O sea que se vota con miedo. Esa era mi tesis hasta que reparé en que a veces así se hacen los programas y se firman artículos. No es justo que pareciéndonos tanto nos pavoneemos de nuestra independencia y capacidad de crítica. ¿Cuántas veces decimos lo mismo que escribimos? Silencio. No son tiempos para la lírica. Tampoco para los valientes. Silencio, eso escribo.