EL MISMO CIELO
Actualizado:Desde que la ONU dio luz verde para atacar a Libia todo se ha puesto al rojo vivo y se vuelve a hablar de «la guerra justa», que incluye una contradicción de términos, y de «paz perpetua», que acoge el desvelado sueño de algunos hombres de buena voluntad. Los aliados dominan el cielo libio, pero el cielo es apátrida. Con diferentes y decisivos tonos de azul, ya que no es igual un techo que otro, todos los mortales nos cobijamos bajo un toldo unánime al que solemos llamar «bajo la capa del cielo». Una capa que no todo lo tapa, pero que sirve para prometerle a los que confían en residir allí, una larga estancia tras una corta y complicada vacación en este planeta. «Alá ama a los mártires», gritan los fieles del coronel Gadafi, que promete un nuevo alto el fuego mientras amenaza con una atroz guerra. No sabemos con certeza cuáles serán las preferencias de Alá y por lo tanto no estamos en disposición de graduar el cariño de los dioses, pero sabemos que hay amores que matan.
En Trípoli, mientras los escudos humanos salieron corriendo al oír las primeras explosiones, el terrible líder libio invitaba a tomar las armas a las mujeres. Va abrirles los arsenales a las que hasta ahora se les cerraban las puertas que no comunicaran directamente con los harenes. El menosprecio de la mujer ha sido lo que más ha retrasado el avance de la humanidad. Se ha desperdiciado la mitad de la inteligencia, mientras se seguía considerando que ellas eran «la mitad del cielo». Un derroche. El recalcitrante líder quiere ahora transformar a las huríes en combatientes.
Los ofrecimientos de una agradable estancia celeste a raíz del último suspiro ha gravitado siempre en nuestras cortas vidas. Lugar horrible este mundo, aunque tenga claros en el bosque. El patrimonio de las diez personas más ricas que lo habitan superan a las rentas nacionales de los 55 países más pobres. Ese solo dato explica muchas cosas, pero no todas. Así que a morir por Dios. Según como le llamemos.