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EN SEGUNDO PLANO

MANUEL ALCÁNTARA
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Las potencias europeas, hasta las menos potentes como nosotros, han llegado a un acuerdo en el empleo de la fuerza para liberar a Libia de su salvador, pero el potentado sátrapa se resiste. Quiere morir matando para ampliar las páginas de su biografía. El dictador está en las últimas, según dicen, y por lo tanto es un momento adecuado para ofrecerle un ultimátum. Sarkozy ha diseñado el plan autorizado por la ONU. La señora Merkel se abstuvo, no sin precisar, como homenaje a Schopenahuer, que abstención no es sinónimo de neutralidad. El que se ha echado para adelante es nuestro presidente. Zapatero ha ofrecido, además de las bases de Morón y Rota, barcos y aviones, además de vidas. Cada uno tenemos la nuestra, pero en las guerras se hacen transferibles. Eso sí, nos quedaremos en segundo plano, ya que en el primero van a estar los libios llamados rebeldes y los más de 40.000 mercenarios reclutados por Gadafi, que no van a luchar por su patria, sino por su empleo. Todos son fijos.

El alto el fuego consiste en seguir disparando, pero diciendo que dijeron adiós a las armas. La humanidad no tiene remedio y cuando se le pone, a veces se ponen peor las cosas. Se pasa de lo malo a lo horrible. La intervención en Libia va a intervenir en todas las gasolineras. Para dejar que se maten en paz algunos países es necesario que no tengan petróleo en su subsuelo y los difuntos puedan descansar confortados porque sus epitafios no son la traducción exacta de sus divisas. «Europa ha fracasado en su política árabe», dice Stefan Füle, encargado de poner orden en la comunidad de vecinos llamado Viejo Continente. También él es partidario del uso de la fuerza. Todos lo son, si se usa lejos. Los árabes no quieren un nuevo Irak, pero nadie escarmienta en cabeza ajena, ni siquiera algunos decapitados que se separaron violentamente de la que trajeron puesta y no están en las mejores condiciones para reflexionar sobre los horrores de la guerra.