Impune y en su puesto
Actualizado:La semana pasada el concejal Ángel Espadas, tercero en la lista de candidatos del Partido Popular al Ayuntamiento de Santiago, se quedó frito en su coche. Borracho. Había salido de copas y a la vuelta, en lugar de coger un taxi, cogió su Volkswagen Golf. Error. Una metedura de pata que no vamos a calificar de venial, porque en el momento en que te pones al volante habiendo bebido, estás poniendo en peligro a todo aquel con el que te cruzas. Es grave el asunto, pero en cualquier otro mortal hubiese supuesto simplemente su retirada de carné y su multa. Y cierta burla en su entorno, supongo, porque el asunto, una vez comprobado que nadie sufrió daños, tiene hasta su gracia.
Sin embargo, al tratarse de un cargo público, ha conllevado algo más: su dimisión. A Ángel Espadas le honra la decisión de dejar su puesto después de cometer semejante metedura de pata. Su responsabilidad como concejal de juventud le obligaba a pelear, entre otras cosas, por evitar el botellón. Y con semejante ejemplo es imposible. Otra cosa será saber si ha dimitido por voluntad propia o ‘le’ han dimitido. Lo que honraría a su jefe.
Aquí, sin embargo, y ya lo sabemos de hace tiempo, no dimite nadie. Por más graves que sean los hechos que cada día nos desayunamos en los periódicos. Hechos no ‘presuntos’ ni ‘supuestos’. Hechos comprobados y reconocidos. Pero, de momento, impunes. Llevamos semanas hablando de ERES falsos y fraudes en las subvenciones que la Unión Europea daba a empresas para mejorar la contratación.
La Junta reconoce 146 irregularidades, con 59 casos de ‘intrusos’, en los ERE. De gente que entró como prejubilada en diferentes empresas sin haber trabajado nunca en ellas.
Reconoce el error, los errores, pero escurre el bulto a la hora de decir quién cometió, sino el delito directamente, al menos sí la negligencia de no detectarlo. Nadie tiene la dignidad de salir a la palestra y decir: «señores, yo no soy el culpable de esta situación. Yo no he beneficiado a nadie de mi entorno ni he cometido un fraude con las ayudas. Pero sí asumo mi responsabilidad porque no he ejercido suficiente control sobre el asunto . He sido negligente y aquí y ahora pongo mi cargo a disposición de mis superiores». Dicho así suena hasta a película, por extraño. Algo tan normal en otros lares.
Aquí a lo máximo que llegamos es a lo que hizo la semana pasada la consejera de Hacienda, que afirmó que los informes de tramitación de subvenciones sin procedimiento administrativo –en el que se alertaba del fraude de los ERE– nunca se los pasó a José Antonio Griñán, en aquel momento consejero de Hacienda. O sea, se ‘enmarronó’ ella para salvar a su jefe. Bonita historia, pero a nivel interno, de partido. Qué fidelidad con sus superiores. Y qué bien hubiese quedado si se tratara de una empresa privada. Pero olvidan que son cargos públicos, elegidos para gestionar los intereses de la gente, no los suyos. Y si no remitió a su jefe los informes, ya debería usted estar en la calle. Por decencia.
Pero no. Como tampoco nadie ha dado un paso al frente en forma de dimisión pese a reconocer la Junta que más de 4.000 empresas se han quedado con subvenciones que no les correspondían en el caso de las ayudas europeas. Son casos del PSOE, pero los hay de todas las siglas. El PA en el asunto del robo de más de siete millones de euros de la caja del ayuntamiento de San Fernando. O el PP en Valencia, con el caso Gurtel.
Por eso es tan extraño lo del concejal de Santiago de Compostela. Otro se habría inventado una excusa, ridícula probablemente, y habría tratado de aferrarse al cargo. Vivimos en una sociedad donde primero voy yo, después yo y por último yo. Y mi cargo. Y mis amiguetes. Y mi poltrona.Y mi coche oficial. Qué podemos esperar.