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alerta nuclear

El ocaso en el país del Sol naciente

El tsunami y la fuga radiactiva agravan la lenta decadencia de Japón, sumido en una larga crisis económica, política y social

PABLO M. DÍEZ (ENVIADO ESPECIAL)
TOKIOActualizado:

Japón se ha asomado esta semana al fin del mundo. Pero ni el guionista de una película de catástrofes, tan de moda ahora que se avecina el temido 2012, podría haberse imaginado una trama con tal cadena de calamidades: el peor terremoto de la historia moderna de Japón, de magnitud 9, desata un tsunami de 10 metros que, a su vez, golpea a una central nuclear y causa una fuga radiactiva sobre una futurista megalópolis de 30 millones de habitantes, que se queda desierta por el pánico, a oscuras por falta de electricidad y con el agua contaminada.

«Esta crisis ha revelado el insostenible modelo energético de Japón», explica Andrew DeWit, profesor de la Escuela de Estudios Políticos de la Universidad de Rikkyo, en Tokio. Con toda su crudeza, la catástrofe ha puesto de manifiesto los puntos débiles del «milagro económico» nipón, basado en el consumismo a espuertas, el derroche de energía y la fiebre tecnológica. Este fenómeno es aplicable igualmente al resto de países desarrollados en Occidente.

Japón ha sido durante cuatro décadas la segunda potencia económica e industrial después de Estados Unidos, así como el segundo mayor mercado eléctrico. Superado el año pasado por China, el imperio del Sol naciente se enfrenta a una lenta decadencia que se remonta al estallido de las burbujas inmobiliaria y tecnológica y la crisis asiática en 1997. Durante esta «década perdida», la renqueante economía no ha terminado de levantar cabeza y el alicaído consumo doméstico ha derivado en la deflación, un curioso fenómeno basado en la reducción de los precios que, a su vez, repercute en la disminución de las ventas y el cierre de fábricas.

Con unos salarios demasiado altos como para ser competitivo frente a China o Corea del Sur, Japón ha optado por entramparse en lugar de afrontar el trauma de sanear su sistema de empleos para toda la vida. La deuda pública ya representa el 200% del Producto Interior Bruto y las calles se han llenado de mendigos, como los 30.000 «sin hogar» que vagan por el barrio de Kamagasaki, en Osaka.

Agresiva competitividad

Acosado por la cada vez más agresiva competitividad que la globalización ha otorgado a sus rivales asiáticos, el sello 'made in Japan' vive sus horas más bajas por la falta de innovación y el declive de sus corporaciones más emblemáticas.

Escandalosos fallos de seguridad obligaron el año pasado a revisar millones de vehículos de la firma Toyota, el primer fabricante del mundo, y Honda, la segunda marca nipona. Sony no da un «pelotazo» desde los ya lejanos tiempos del 'walkman' y el 'discman' y va a la zaga de otras firmas electrónicas más innovadoras como la estadounidense Apple o la surcoreana Samsung, que le ha ganado la partida en las pantallas de plasma. Y Japan Airlines (JAL) declaró la bancarrota el año pasado.

Desde 2006, cuando el carismático Junichiro Koizumi dejó el cargo tras un inédito mandato de cinco años, se han sucedido cuatro primeros ministros - Shinzo Abe, Yasuo Fukuda, Taro Aso y Yukio Hatoyama-, que apenas han durado un año. «¿Qué demonios está pasando?», gritó enfadado el actual jefe del Ejecutivo, Naoto Kan, a los responsables de Tokio Electric Power (Tepco), la operadora que gestiona la central de Fukushima, cuando estos le ocultaron una nueva explosión el pasado martes.

Lo mismo se le podría preguntar a la economía nipona y a su política energética, controlada por diez grandes eléctricas y basada en la energía atómica desde la crisis del petróleo en 1973. Muchas de sus centrales, como la de Fukushima, datan de esa época y acumulan décadas de servicio. Sin recursos minerales y con un consumo disparado, Japón cuenta con 54 plantas nucleares que aportan el 30% de la electricidad. Junto a Fukushima, que quedará inservible, otras cuatro centrales resultaron dañadas por el tsunami y once fueron cerradas para evaluación. De repente, la producción eléctrica nipona perdió entre un 10% y un 40% de su capacidad, lo que obligó a cortar líneas de tren y metro y a imponer apagones para ahorrar.

«El centralizado sistema eléctrico y nuclear es peligroso porque es muy vulnerable a este tipo de desastres. La alternativa más inteligente es, como hace Alemania, distribuir la capacidad de generación eléctrica entre particulares, pequeños negocios, granjas y pueblos, distribuyendo la riqueza y reforzando y expandiendo la red», propone el profesor DeWit. Para ello, apuesta por incentivar con subvenciones otras fuentes renovables como la energía solar, biomasa y geotérmica, que en el país germano ya aportan el 17% de la electricidad. Por el contrario, Japón aspira a generar el 60% de su consumo con energía atómica al final de este siglo. Si llega.