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Sociedad

Vuelve el Perera de 2008

El Cid, feliz con lote de tómbola. Cayetano, sin suerte

BARQUERITO
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El primero de corrida, mansito. Cara de bueno. Aplaudieron al picador por señalar sin hacer ni sangre el segundo puyazo reglamentario. El Cid le dio capa al toro. Capotazos de doma. Más de una docena. Con la fuerza justa el toro fue en la muleta sencillo. Sin pruebas previas, El Cid abrió las dos primeras tandas en la distancia, con la lengua fuera el toro, que repitió a muleta puesta y dejada o sin dejar ni poner siquiera. Entre tandas se pegó paseos marciales El Cid, que quiso sin fortuna adornarse en circulares. El conjunto fue de torero seguro. Acaba de cumplir temporada larga en América. Se notó. La estocada, excelente, hizo rodar a ese toro, cuya bondad candeal no iba a ser excepción en la corrida de los dos hierros de los Capea.

El segundo, del hierro de San Mateo, fue toro plácido. Se picó lo justo. Una chispa que le faltó al primero. Perera se prodigó en alardes de capa: a pies juntos en el saludo en lacios lances de caro ajuste, y por tafalleras en un quite de cinco seguidas sin rectificar de sitio salvo para rematar. A pies juntos de nuevo el arranque de faena en tanda de trenza por alto y, luego, un trabajo diestro en los alardes y serio en el toreo obligado por las dos manos. Pinchazo y estocada.

Cayetano se fue a porta gayola para esperar al tercero, del hierro de San Pelayo, de hechuras distintas. El toro estuvo a punto de pararse y saltar la barrera, como buen Murube. Cayetano le pegó lances de rica plástica y dos recortes de recurso que tuvieron gitanería. El toro enterró los pitones y debió de troncharse el cuerno. Poco después se estrelló con la flámula y se le descolgó el cuerno. Cayetano se puso por la mano izquierda y con la izquierda atacó con la espada para enterrar una honda trasera. El cuarto, de San Mateo, fue el que mejor se empleó en el caballo. De bravo embestir y sin fiereza. Perera hizo un valiente quite por valencianas o saltilleras. El Cid volvió a amarrar al toro con el capote de brega hasta tener seguros los viajes. Fue una faena de firme disposición, en distancia corta, de limpios muletazos largos y lineales. El Cid pretendió recibir al toro en los medios con la espada. Un pinchazo, una estocada, un aviso.

La corrida cambió. El quinto, de San Pelayo, no fue ni tan transparente como los dos primeros ni tan de entregarse como el cuarto. El sexto se lastimó y fue devuelto. Un sobrero de Zalduendo se indispuso de repente y Cayetano cortó por lo sano.

Con el de Pelayo Perera, encajado en secas verónicas de trazo paralelo, vino a firmar faena de riesgo: a tirar del toro cuando se le resistió, a gobernarlo sin rendirlo, a aguantar los pitones del toro casi en la faja, el pecho o los muslos en las salidas de muletazos de ida y vuelta sin perder paso. En el toreo de cercanías apareció el Perera soberbio de sus buenos días. La forma de meter la cabeza en la boca del león fue celebradísima Y cuando sacó la cabeza, un clamor Y !ay!, un bajonazo.