Una mujer y su hija rezan por las víctimas del tsunami en Rikuzentakata. :: AFP
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Japón estabiliza las fugas radiactivas

La agencia atómica dice que la situación no ha empeorado a pesar de que el Gobierno eleva la gravedad del siniestro a 5 en una escala de 7

TOKIO. Actualizado: Guardar
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Cuando un país lleva una semana agónica sufriendo una calamidad detrás de otra, suspira aliviado ante cualquier pequeña mejora o, al menos, se contenta al saber que la tragedia no se agrava. Eso es lo que pasó ayer en Japón, donde los técnicos consiguieron estabilizar las fugas radiactivas que está liberando la siniestrada central nuclear de Fukushima. Debido al tsunami que pulverizó la costa nororiental del archipiélago nipón el viernes de la semana pasada, cuatro de sus seis reactores han quedado dañados por explosiones e incendios que amenazan con fundir sus núcleos y desatar una catástrofe atómica de consecuencias impredecibles.

«La situación sigue siendo muy seria pero no ha habido un empeoramiento significativo», explicó un responsable de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA), Graham Andrew, quien indicó que «los reactores uno, dos y tres parecen estar bastante estables». Además, se congratuló de que «otro hecho positivo es que generadores diésel están proporcionando electricidad para refrigerar los reactores cinco y seis», que de momento no han resultado dañados.

El principal riesgo radica, sin embargo, en las piscinas donde se almacena el combustible usado de los reactores, que son altamente radiactivas y donde no está claro si hay agua que sirva para enfriar sus núcleos. A contrarreloj y soportando unas radiaciones que pueden ser letales para su salud, trescientos heroicos operarios arrojan agua desde helicópteros militares, autobombas de alta presión y camiones cisterna.

Según el Gobierno, tan titánicos esfuerzos han logrado, aparentemente, alcanzar la piscina de combustible del reactor número tres, que el jueves fue rociada con otras 64 toneladas de agua y es la más peligrosa al contener plutonio y no solo uranio. Las autoridades basan su optimismo en las columnas de vapor que escapan de entre los escombros de los reactores, que demostrarían la existencia de agua en el interior.

Pero la principal esperanza del Ejecutivo radica en los cables eléctricos que han tendido los técnicos para poner en marcha este fin de semana los sistemas de refrigeración de los cuatro reactores dañados, lo que serviría para reducir sus elevadas temperaturas e impedir más radiaciones.

Como Chernóbil

Si todo falla y aún no es demasiado tarde, entonces el último remedio será cubrir la planta con un sarcófago de hormigón y arena para atrapar la radiactividad. El mismo método utilizado para sellar los escapes de la central ucraniana de Chernobil, que en 1986 propagó por el norte y centro de Europa una nube tóxica que dejó a su paso no solo una estela de muerte y desolación, sino también tumores malignos y horripilantes malformaciones genéticas. Pero, de momento, la agencia atómica asegura que los niveles de radiación medidos en 47 ciudades japonesas, entre ellas Tokio, «no son una amenaza para la salud».

Ante las críticas internacionales por la falta de información y su poca claridad, el Gobierno nipón elevó ayer la gravedad del siniestro en Fukushima, de la categoría 4, decretada en un principio, a la 5. Esa actualización sitúa al accidente a la misma altura de la fuga radiactiva en la central americana de Three Mile Island (Harrisburg, Pensilvania) en 1979. Por delante de ambos figura solo la catástrofe de Chernóbil, que encabeza dicha clasificación en la máxima escala, con un 7.

Reconstrucción desde cero

El primer ministro, Naoto Kan, apeló al orgullo nacional nipón para «reconstruir el país desde cero», como ocurrió tras su sangrienta derrota en la Segunda Guerra Mundial. «Esta es una gran prueba para nuestro pueblo, porque esta pequeña nación insular ha logrado un milagroso crecimiento económico gracias a los esfuerzos de todos los ciudadanos japoneses», arengó Kan.

Mientras tanto, el archipiélago nipón guardaba un minuto de silencio a las 14.46 horas (6.46 en España), cuando se cumplía una semana justa del terremoto. El recuerdo a las víctimas del seísmo de 9 grados de magnitud en la escala Richter, el más grave que ha padecido Japón en su reciente historia, fue especialmente emotivo en las zonas de la costa nororiental barridas por el posterior tsunami que desencadenó. Sin apenas comida, agua, medicinas ni luz en muchas de ellas, los damnificados se enfrentan ahora a fuertes nevadas en los campos de refugiados levantados entre las ruinas de sus casas. El último balance oficial asciende ya a 6.900 muertos, por encima del devastador terremoto que mató a 6.400 personas en Kobe en 1995. Como hay más de 10.700 desaparecidos, tragados por la ola gigante de diez metros o enterrados bajo las montañas de escombros que arrastró el tsunami, la cifra final superará los 17.000 fallecidos. Además, unas 390.000 personas, muchas de ellas de avanzada edad, se han quedado sin hogar y están combatiendo el frío reinante en el norte entre los restos de sus viviendas y tiendas de campaña.

Mientras Japón se enfrenta a sus momentos más difíciles desde la Segunda Guerra Mundial, la capital, Tokio, se va acostumbrando a un ritmo más pausado de lo habitual, con numerosas líneas de tren y metro cortadas para ahorrar electricidad. Pero los japoneses confían en sí mismos y en su espíritu de sacrificio para superar esta gran tragedia nacional que ha destrozado su imagen de eficiencia y dañará aún más su alicaída economía.