Dignidad en la catástrofe
Los japoneses impresionan al mundo con su reacción ante la tragedia. «No es frialdad, sienten como todos, pero son distintos»
Actualizado:En las caras de los japoneses hay estupefacción, pero casi nunca desgarro. La madre que acuna a su bebé, el anciano herido que espera su turno en el hospital sin quejarse, la mujer con la máscara en la estación de Tokio... Son el ejemplo de cómo hay que comportarse cuando el mundo se viene abajo. Algunos los tachan de fríos. «No es frialdad. Sienten como todos, pero lo manifiestan de manera distinta», explica el psicólogo clínico y experto en diferencias culturales Miguel Ángel Cristóbal. En siete de estas ocho imágenes de afectados hay un denominador común: están serenos. Pero ¿por qué? Según Cristóbal, se trata de un rasgo cultural que responde a dos factores: dado que no hay sitio en su sociedad superpoblada, el espacio privado no puede ser físico, sino mental. Además, en su ADN cultural está el mandamiento de no molestar al prójimo. «Cada uno carga con su dolor para no cargar a los demás con él». Y esa parece ser la explicación a la foto donde una mujer rompe la compostura y encuentra consuelo a su aflicción... abrazando a un perro. Pero es la excepción. Los japoneses no son un pueblo cualquiera; son los descendientes de los samuráis y de aquellos kamikazes capaces de matarse por una orden. Son los mismos que hoy esperan las colas para hacerse con un cuenco de arroz o un vaso de agua sin saquear las tiendas, los que se quedan en casa pese a la amenaza nuclear y no se parten la cara en el aeropuerto por un billete de avión. «Esperan a que sus líderes digan qué hay que hacer. Saben que el grupo -ya sea el país o la empresa- solo funciona si todos juegan de manera conjunta, no con cada uno por su lado. Esperan que alguien tome el control».