Escritores y fundaciones
Actualizado:Cuando se juntan pobreza y falta de libertades a lo primero que se le da la boleta es a la cultura, por eso cuando aquellas se recuperan y se produce una mejora del nivel de vida, el espíritu reclama atención. Así sucedió en España en 1978, habiéndose concretado esa necesidad en la generalización de infraestructuras y programaciones culturales dignas en la mayoría de los municipios.
En el mundo de la literatura este fenómeno ha tenido una manifestación peculiar: cada localidad ha adoptado un escritor, usualmente nacido en ella, como su icono literario – así Chiclana con Quiñones o El Puerto con Alberti - . Para ello se ha recurrido a la figura jurídica de la fundación, que no es más que un conjunto de bienes al que se concede personalidad jurídica para el mejor cumplimiento de sus fines. Por lo tanto su elemento esencial, sin el cual no puede existir, es una masa patrimonial, llamada dotación, que por ley debe tener un valor de, al menos, 30.000 €.
En el caso de las fundaciones constituidas para perpetuar la obra de un escritor, esta dotación normalmente la forman los libros y archivo del escritor, su legado, que se suele tasar en dicha cantidad, incrementándose a veces con aportaciones de los propios municipios, si bien en la inmensa mayoría de los casos esa masa de bienes no es suficiente para financiar las actividades de la fundación, que debe recurrir a ayudas públicas para su supervivencia. Si a eso añadimos que la fundación suele requerir un inmueble para sus actividades, un director que no cobra pero sí viaja y la organización de un costoso congreso anual sobre la figura del escritor, la consecuencia es que transcurridos una decena de años y pasada la euforia inicial, la mayoría de ellas malviven en la penuria económica, sin haber conseguido su objetivo principal que es la difusión de la obra del escritor, siendo su doloroso colofón una sucesión de amargas disputas entre herederos y Administración.
Esta realidad nos debiera lleva a reflexionar sobre la forma mas idónea a la par que menos onerosa de mantener viva la obra de un escritor fallecido, pues el modelo fundacional ha demostrado ser económicamente insostenible y de dudosa eficacia.