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Ryan Giggs no ha visto ni una tarjeta roja en su carrera profesional como futbolista. :: AP
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Ryan Giggs cumple dos décadas

Exquisito y con una clase desbordante, el galés del United de 37 años se plantea seguir otra campaña en Old Trafford

ÍÑIGO GURRUCHAGA
LONDRES.Actualizado:

En marzo de 1991, Whitney Houston y Madonna tenían éxitos musicales, Sadam Hussein aplastaba las rebeliones de su propia población tras retirarse sin apenas resistir a las tropas aliadas del Kuwait que había invadido y Eric Cantona había llegado de Francia para jugar, no siempre de titular, con el Leeds United que ganaría la Liga. En marzo de aquel año Ryan Giggs debutó como titular del Manchester United. Era un chavalín de 17 años, flaco, rápido y con clase. El club llevaba más de dos décadas sin ganar la Liga inglesa, el equipo, siete partidos sin victoria, perdió, 0-2, contra el Everton y Giggs de todo aquello recuerda que le entró por la espalda el central Dave Watson de esa manera en la que los veteranos del fútbol dejan en los músculos o en los riñones de los aprendices su tarjeta de visita, para lo que quieran.

Veinte años después, Giggs tuvo días atrás su aparición número 864 como titular del United en un partido para olvidar contra los eternos rivales del Liverpool. En ese tiempo ha ganado dos veces la Liga de Campeones, cuatro Copas de la FA, cuatro también Copas de la Liga y once ligas inglesas. Su carrera es la de la Premier, creada un año después de su debut en Old Trafford. En los últimos días, los aficionados ingleses y los comentaristas han festejado la hazaña longeva de Giggs, que ha tenido un comportamiento admirable en el campo - nunca le han enseñado una tarjeta roja- y que ha evolucionado en la vida hasta convertirse, a sus 37 años, en un padre de dos hijos que es aún capaz de competir entre los mejores futbolistas europeos y de tomarlo todo con tranquilidad.

Nacido en Cardiff, de madre galesa y padre de herencia galesa y somalí -lo que costó a Giggs el acoso en el colegio de matones que le reprochaban su mestizaje-, su familia se trasladó a Salford, la ciudad colindante con Manchester, siguiendo al padre, un jugador profesional de rugby a trece. Los padres se separaron y el adolescente que debutó como profesional del fútbol (unos 140 euros por semana) yendo al estadio en autobús dio prioridad al apellido de su madre, con quien aún vivía.

Fue el primero de los futbolistas (los hermanos Neville, Scholes, Butt, Beckham) que emergieron de la academia del club y dieron -junto al portero Peter Schmeichel, el centrocampista Roy Keane y el mago Cantona- la columna vertebral a un equipo que ha dominado la nueva era de la Premier y convertido un club muy popular que parecía perdido de nuevo en uno de los más grandes y rentables de Europa.

Cambio de vida

Giggs ha dicho alguna vez que él tuvo la fortuna de coincidir con David Beckham para librarse de la atención de la prensa de famosos, porque su compañero de equipo atraía todos los rayos. Tuvo su primera vergüenza cuando un periódico publicó en su segunda campaña profesional la historia de los orígenes y desavenencias de su familia.

Tuvo luego su ración de paparazzi y de novias famosas, de coches muy lujosos y trajes carísimos para un día. Pero cuando cumplió treinta años decidió ampliar sus perspectivas de la vida. Dejó de beber alcohol, cultivó una dieta adecuada, se dedicó al yoga, trabajó con un osteópata y sobre todo valoró como nunca había hecho antes el poder reparador del descanso.

Así, el futbolista que era un extremo veloz y hábil en el regate se ha retrasado hacia el centro del campo, donde, aunque ya no es titular, ofrece, como su compañero de generación Paul Scholes, un espectáculo de sabiduría en zonas más templadas. Le faltó quizás la exposición en los torneos de naciones para ser tan reconocido en el mundo como en su país. John Toshack quiso darle el bastón de mando de Gales el año pasado. Pero Giggs no lo cogió porque seguirá jugando en Old Trafford quizás otro año más.