25 años después del 'sí' a la OTAN
Imanol Arias y Antonio Gala lideraban las protestas al grito de 'OTAN no, bases fuera', pero el 52% de los votantes españoles decidió seguir en un club que nos acercó más a Estados Unidos
Actualizado:La caña de cerveza costaba 40 pesetas, igual que un litro de gasóleo. O medio kilo de azúcar. ¿Se acuerdan? A Espinete y Alaska se los rifaban para que fueran pregoneros de las fiestas de los pueblos. Y cuando echaron 'Lo que el viento se llevó', la gente se quedó pegada al televisor durante cuatro horas. Se paralizó medio país porque Escarlata O'Hara juraba que no volvería a pasar hambre. Así era España en 1986. Un lugar donde se armó la marimorena -el grito de guerra era 'OTAN no, bases fuera'- con motivo del referéndum sobre la permanencia en la alianza militar. Este organismo, con mayoría de miembros europeos y liderado por EE UU, le había abierto las puertas en 1982 y seguía teniendo muy presente su objetivo principal: mantener a raya a la URSS. ¿Merecía la pena seguir en ella?
Hoy se cumplen 25 años de una votación que movilizó al 60% de la población mayor de edad y dejó a todos con cara de pasmo: el resultado se saldó con el 'sí' a favor de la continuidad y echó por tierra todos los sondeos y pronósticos. Fue un bofetón de realidad que despertó a los españoles de su sueño antiamericano y pacifista. Al final, no era para tanto. El tiempo ha templado gaitas y pocos se atreven a dar la nota: la integración en la estructura militar de la OTAN, consolidada en 1998, se produjo sin traumas. Entonces no hubo manifestaciones como las encabezadas por Antonio Gala e Imanol Arias antes del referéndum, y nadie hizo las maletas por miedo a un ataque nuclear. Se cruzó la línea roja marcada en 1986 (se aseguraba que si España permanecía en la OTAN se mantendría al margen del organigrama bélico) y la vida siguió adelante. Sin marcha atrás.
Aquel 12 de marzo de 1986 se dio el pistoletazo de salida. Bastó una pirueta absolutamente espectacular de Felipe González para que muchos abrieran los ojos de golpe y vieran el mundo de otra manera. El PSOE, que había ganado las elecciones de 1982 con la pegatina anti-OTAN en la frente, se descolgó con un discurso que ponía por los cuernos de la luna las bondades del bloque atlántico. «Sus miembros tienen el mayor nivel de desarrollo económico, más democracia, libertades y respeto a los derechos humanos», repetía hasta la extenuación el presidente de Gobierno en cuanto le acercaban el micrófono a la boca.
Dicho lo cual, el 'shock' también lo sufrieron muchos militantes de izquierdas. Les costó digerirlo pero, una vez más, la política se reveló como el arte de lo posible. Querer es poder. Ya nadie se hacía eco de las palabras de Alfonso Guerra, que en 1981 había alertado ante «una dependencia que nos convertirá en colonia de EE UU». De la noche a la mañana quedaron en segundo plano los países árabes y Latinoamérica; no tardaron en entablarse relaciones diplomáticas con Israel -España era el único país europeo que no las mantenía- y se envió un comunicado a las naciones de la media luna para justificarse y no herir sensibilidades. Empezaba el giro copernicano.
Las caras de Solana
Con esta alianza militar se trataba de ganar amigos y no de perderlos. O, al menos, de no perder las maneras y la sonrisa. Algo que siempre ha tenido muy presente Javier Solana, aquel joven diputado por Madrid que en 1981 encabezaba todas las manifestaciones tras la pancarta 'OTAN, de entrada no'. Había estudiado un posgrado en EE UU como licenciado en Ciencias Físicas y conocía muy bien el valor de los símbolos y las incógnitas. Deformación profesional. Lo veía todo claro y por eso, con el tiempo, terminó como secretario general de la OTAN y defensor de la medida más impopular que ha tomado la alianza: el bombardeo sobre Serbia en 1999, acción militar sin agresión previa, que tuvo lugar sin el beneplácito de la ONU. Solana mantuvo la compostura y alegó razones humanitarias «para evitar el genocidio de cientos de miles de albaneses de Kosovo». Se calcula que los ataques acabaron con la vida de más de 500 civiles.
Formar parte de un club con EE UU a la cabeza requiere rapidez de reflejos. Sin miedo. «A nivel de las Fuerzas Armadas, la OTAN no supuso más que estrechar las relaciones. Desde los años 60 eran muy fluidas, tanto la Armada como el Aire tenían un contacto estrecho con el Ejército americano», aclara Leopoldo Muñoz, coronel retirado del Ejército de Tierra y presidente de la Asociación de Militares Españoles. Por si quedara alguna duda, el abrazo entre Eisenhower y Franco inmortalizado en el aeropuerto de Torrejón de Ardoz, allá por 1958, dejó para la posteridad una foto que confirmaba las buenas relaciones al más puro estilo 'Bienvenido Mr. Marshall'.
Esa instantánea en blanco y negro escocía a un sector importante de los españoles, que no perdonaban el apoyo incondicional que Washington había prestado a la dictadura del caudillo. Pero el tiempo todo lo cura. Así lo creía el PSOE, tras dos años en la Moncloa, de ahí que se diera tanta prisa en cambiar el fondo de armario y someterse a una cura de pragmatismo puro y duro. La pana y los bigotes a los Pancho Villla ya no estaban de moda. Francesc Serra, doctor en Relaciones Internacionales por la Universidad Autónoma de Barcelona, recuerda muy bien aquella época. La vivió con la intensidad de un joven de 24 años. Pacifista convencido, no le costó ni un segundo decidirse.
-Por supuesto.
-¿Es falsa?
Quién lo iba decir. Calvo Sotelo, al frente del gobierno conservador de UCD, pasó muchas noches en vela a lo largo de 1981. Para que luego todos duerman en paz y con la conciencia tranquila. Calvo Sotelo estaba empecinado en el ingreso de España en la OTAN. Lo consiguió en 1982, el mismo año en que se estrenó 'E.T.' ¿Se acuerdan? Se formaron colas kilométricas para disfrutar de la historia de una criatura perdida en otro planeta. La nostalgia, los nuevos amigos y enemigos, la desorientación y la vulnerabilidad de E.T. hicieron llorar a casi toda España. Han pasado largos años y se nota. Vaya si se nota.