UN LUNAR EN ELSOL NACIENTE
Actualizado: GuardarNada que hacer. He asistido a un huracán y presenciado el rastro que deja la mala madre Naturaleza, una señora con tan pocas entrañas. Japón es el ejemplo de nuestra impotencia, o la tecnología más avanzada puesta en ridículo. Tanto en los huracanes como en los grandes seísmos, su mayor y devastador efecto no reside en el temblor de la tierra sino en el cabreo telúrico del océano. Cuando las aguas recuperan una fuerza inaudita y avasallan tierra firme. El relato de un residente en Tokio es la caída de Pablo del caballo, cuando se da cuenta de que nada puede hacerse contra la fuerza invisible de la providencia o del averno: «Comenzó muy suave. Resultaba para nosotros una sensación familiar. Una dulce vibración. Como si la tierra te meciese. Lo mismo ocurrió la tarde anterior. Vino y se fue en unos segundos. Cuando comenzaron a temblar las ventanas, y los muebles empezaron a escupir sus cajones, es cuando perdí mi sangre fría. Desde mi ventana podía ver una antena de radio y me dije: 'Cuando el mástil comience a temblar, me voy'. Y en ese momento, el edificio de treinta plantas que se alzaba ante mis ojos, empezó a estremecerse».
Hablamos del país más preparado del planeta para hacer frente a estas catástrofes. Donde los rascacielos le bailan el agua a la tierra y se mueven a su propio ritmo. Se supone que todo ello ha servido de mucho, pero no ha sido suficiente. El imperio del sol naciente parece más vulnerable. Respetado aún, pero vulnerable. Lo ponía de relieve el secretario general de la ONU con escaso tacto y peor tino: «Haremos cualquier cosa y todo para ayudar, porque Japón es uno de los más generosos y más fuertes benefactores de esta institución», decía sobrecogido Ban Ki-moon.
Y yo pensé: es la historia del pollo. Un rico y un pobre sentados a la misma mesa. El rico dice: «Somos dos, tenemos un pollo que acabo de comerme, y nos sale a medio pollo para cada uno». Decía Sydney Smith que la pobreza no deshonra a nadie, pero es horriblemente molesta. El señor Ban debe estar de acuerdo.
Sus ciudadanos se sienten seguros. Nunca padeció Japón algo igual. Y eso que se trata de una de las regiones sísmicas más activas, con un promedio de un terremoto al día. Este ha sido el mayor conocido en Japón y el quinto más grande del mundo desde 1900. Sobran motivos de contento.