MUNDO

Imagen fantasmagórica tras la ola gigante

El país más tecnológico tuvo que doblegarse una vez más ante la fuerza incontrolable de la naturaleza

SEÚL. Actualizado: Guardar
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Barcos varados en las autopistas: una imagen fantasmagórica, casi surrealista. Casas arrastradas por la fuerza de las olas ardiendo en medio del agua. Sobre tejados, los supervivientes, náufragos agitando trapos blancos a los helicópteros de salvamento. Coches reducidos a chatarra, amontonados unos sobre otros. Camiones sepultados por corrimientos de tierra y desprendimientos de rocas. Furgonetas aplastadas por edificios, quebrados cual papel arrugado. Puentes desplomados y carreteras cortadas, como si alguien hubiera borrado de repente el asfalto. Avionetas cubiertas por el barro. Llamas en el horizonte, con negras columnas de humo ascendiendo hasta las nubes y oscureciendo el cielo. Y, en la tierra, una gran mancha de fango que todo lo cubre en un torbellino de algas, escombros y restos traídos por la corriente. El Apocalipsis.

Con toda su rabia destructora, la naturaleza ha rugido de nuevo en Asia. En alta mar, a 125 kilómetros de la costa oriental nipona, el epicentro se situó a una profundidad de 10 kilómetros. Aunque el temblor se desató a 380 kilómetros al noreste de Tokio, sembró el pánico en la ciudad, la mayor concentración urbana del mundo con 30 millones de habitantes. Presa del terror y gritando, los tokiotas abandonaron a la carrera los rascacielos, que se movieron como flanes durante unos segundos interminables.

Colapsadas por millones de llamadas y mensajes preguntando por el estado de familiares y seres queridos, las redes de telefonía móvil se cayeron, multiplicando la histeria colectiva por la incertidumbre y el miedo. En el país más tecnológico del mundo, volvieron a formarse colas en las viejas cabinas. El aeropuerto de Narita, el principal del país, fue cerrado al tráfico aéreo junto al de Haneda, y el servicio del tren bala de Shinkansen quedó suspendido, al tiempo que se interrumpieron algunas líneas de metro. Con el susto en el cuerpo, los pasajeros huían a pie entre las vías. Pero no tenían a dónde ir. De noche, y con los transportes bloqueados por el caos, miles de personas se hacinaban en las estaciones en busca de refugio.

Los desaparecidos se cuentan por centenares. Debido a las extraordinarias medidas de seguridad con que se construyen los edificios en Japón, reforzados a base de acero y hormigón, los más optimistas confían en que el número final de fallecidos no sea tan alto como si el terremoto hubiera ocurrido en países menos desarrollados, donde este seísmo habría sido devastador y se habría cobrado varias decenas de miles de vidas. Pero, sin duda, aparecerán cadáveres a medida que se limpie el lodo y se inspeccione las ruinas de los edificios, algunos derruidos hasta los cimientos a lo largo de todo el litoral.

Un tren desapareció y los enormes remolinos de las olas, captados en estremecedoras fotografías aéreas, engulleron un barco con un centenar de pasajeros. Casi cuatro millones y medio de casas se quedaron sin electricidad y en la ciudad de Sendai, cuyo aeropuerto resultó anegado, se vino abajo un hotel, entre cuyos escombros puede haber clientes enterrados.

El Centro de Alertas de Tsunamis lanzó una alarma para Japón, Taiwán, Rusia y las islas Marianas y ha puesto en emergencia a Filipinas, Indonesia, Guam, Papua Nueva Guinea, Hawai, las islas Marshall y Micronesia. «Un terremoto de este tamaño y características tiene el potencial de generar un tsunami destructivo que puede golpear las costas cerca del epicentro en minutos y zonas más alejadas en horas», advertía el centro en un comunicado.