El Dalai Lama dimite
El líder tibetano abre un proceso democrático en el 'techo del mundo'
Actualizado:Es la reencarnación de Buda, el líder espiritual del pueblo tibetano, pero no un político. Así de claro lo tiene Tenzin Gyatso, el XIV Dalai Lama, que ayer se ratificó en su voluntad de dimitir como Jefe de Estado en el exilio del 'techo del mundo'. Eso sí, lo hará propinando una nueva bofetada al gobierno de Pekín, porque ya ha anunciado que su renuncia está destinada a propiciar una transición democrática que acabe con el régimen teocrático de los lamas, y que su sucesor ha de ser elegido en votación por el pueblo tibetano. «Ha llegado el momento de poner en marcha la democracia», afirmó el Nobel de la Paz.
Las declaraciones del Dalai Lama no han podido llegar en un momento más delicado. Las pronunció en Dharamsala, en el norte de la India, un enclave estratégico a 1.700 metros de altura donde se encuentra su centro de operaciones, y lo hizo en el 52 aniversario de la revuelta que aplastó el ejército de Mao y que provocó su huida junto a más de 100.000 refugiados tibetanos. Por si fuera poco, el lunes se cumplirán tres años de los disturbios que dejaron Lhasa, la capital del Tíbet, en llamas. La conmemoración ha provocado el cierre de la región a los extranjeros.
Además, la revolución del mundo árabe busca un camino para hacerse notar en China, y ya ha servido para dejar al descubierto el autoritarismo del que hace gala la Policía, que ha supuesto el arresto de varias decenas de periodistas. «Espero que todos estos cambios inspiradores conduzcan a la libertad, la felicidad y la prosperidad de los pueblos de esos países», señaló el Dalai en referencia a las revoluciones árabes. Llamado por su pueblo 'Kundun' (la Presencia), el Dalai Lama ha conocido a tres papas y a todos los presidentes americanos desde Roosevelt. Sus ocurrencias han dejado momentos memorables como cuando paseaba por París con la mujer de Mitterrand y se detuvo ante una estatua de Buda: «Le presento a mi jefe», le dijo a la primera dama francesa. Con su renuncia le tocará a otros representar al Tíbet, pero él seguirá levantándose a las 3.30 para meditar y recitar mantra sobre una cinta de gimnasio con la que se mantiene en forma.
Pasión por los relojes
Posiblemente sobre esa cinta habrá dado forma a frases redondas como 'Mi religión es simple, mi religión es la bondad' que definen al personaje. Después del ejercicio suele darse un baño y toma la primera comida del día, un cuenco de arroz tostado. A las 5.30 escucha las noticias en la BBC, su emisora favorita. No dejará de practicar sus dos grandes aficiones: la jardinería y reparar relojes (siempre lleva uno de pulsera), tarea en la que es tan experto como en arreglar almas. «Si no hubiese sido Dalai Lama, habría sido ingeniero», respondió una vez al suizo Manuel Bauer, su fotógrafo personal.
Como al Dalai Lama, China no le puede echar el guante, el Partido Comunista se ha encargado de asegurar su control sobre la segunda figura más reverenciada de Tíbet, el Panchen Lama. El sucesor 'oficial' es Bainqen Erdini Qoigyijabu, un joven que estudió en Pekín y que ha sido adoctrinado por las autoridades para suplantar al que escogieron los monjes, con el beneplácito del Dalai, como reencarnación del 'Gran Sabio'. Y ese es Gedhun Choekyi Nyima, que tendría que ser ahora el segundo de a bordo del Dalai Lama, pero que desapareció junto a su familia en 1995, cuando solo tenía 6 años. Es el prisionero político más joven del planeta, y nadie sabe qué ha sido de él. Así que ahora China no solo ostenta la soberanía sobre Tíbet; también tiene en sus manos el dominio sobre uno de sus principales guías espirituales.
«Los tibetanos viven en un miedo y ansiedad constantes. La opresión actual ha provocado un amplio resentimiento contra las políticas chinas», aseveró ayer el Dalai Lama. Sin embargo, él nunca ha abogado por la independencia, y menos por el uso de la violencia para lograrla. Sí ha exigido el fin del colonialismo de la etnia mayoritaria Han y el respeto a la cultura tibetana, puntos clave de su plan de paz, de 1987. Eso sí, ahora cumple con la promesa que lanzó hace más de un año, y busca introducir un elemento desconocido en Tíbet: la democracia. Y es muy posible que la vea: los oráculos tibetanos han predicho que vivirá hasta los 112 años.