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El salón de Betty McGrail

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La señora Betty McGrail no es tan menuda como parece. Sentada en su amplia y mullida butaca, con sus viejas 'katiuscas', jersey y falda de lana tejidos mano, como el centro de ganchillo arrebujado, posa serena, junto al gran 'souvenir' que le dejó el terremoto que devastó parte de Nueva Zelanda el pasado 22 de febrero. En 80 años de vida ha capeado penas y penurias, terremotos y tempestades. Parece que pocas cosas podrían sorprenderla hasta que una inmensa roca, como caída del cielo, aterrizó en la sala de estar de su casa, en la ciudad de Christchurch. Incrédula y asustada, la señora Betty ha recuperado la serenidad con el paso de los días. Y el optimismo. En su salón de alfombra estampada, a juego con sus botas, ha dejado la piedra como un adorno más, un raro talismán que le recuerda que la naturaleza es caprichosa, asesina y cruel, pero también que, a veces, da un respiro a quienes viven en esas dos hermosas islas enclavadas entre el Océano Pacífico y el Mar de Tasmania.