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EL CANDELABRO

PLEBEYA

ARANTZA FURUNDARENA
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Vamos a ver, querido, ya tengo un cartero, un carnicero y un tasquero. Nos falta un electricista y un protésico dental. Y yo creo que con eso ya cubrimos el cupo de gente corriente que viene a nuestra boda, ¿no crees? Estoy tratando de imaginar un diálogo entre Kate Middleton y el príncipe Guillermo, actualmente inmersos en la elaboración de la lista de invitados a su enlace, algo parecido a un casting para Village People o Viva la Gente. Kate, por si no lo habían notado (yo, desde luego, no) es de una clase social diferente a la de su novio, y en los tiempos que corren por lo visto conviene aprovecharse de ello para poner a ese segmento de la población (la sufrida clase media) a favor de los contrayentes y, por extensión, de la supervivencia monárquica. No hace tanto, aspirar a convertirse en princesa heredera de la corona británica sin tener eso que llaman sangre azul (por cierto, si algún hematólogo ha visto sangre de ese color que lo diga) habría representado una afrenta intolerable para los Windsor. Hoy es justo lo contrario. Hoy ser plebeya es un plus a la hora de aspirar a una corona. A los príncipes por alguna razón no les gustan las princesas, marquesas o vizcondesas. Y a las princesas les van mucho más los entrenadores personales que los herederos reales. Alguien (que no sea Peñafiel) debería analizarlo. Hasta el pueblo soberano, quizá por lo que tiene de soberano, suele enamorarse con mayor intensidad de los ciudadanos de a pie recién llegados a la monarquía que de los que ya nacieron en ella. A este paso, no habrá chica que se atreva a confesar a sus padres que anda con un príncipe, a menos que sea el de Beukelaer. «Bueno, hija -le dirán ellos-, lo aceptamos siempre que consienta plebeyizarse...» Aunque, volviendo a la realidad, me temo que aún queda mucho para eso. Kate Middleton por ejemplo está siendo muy alabada estos días por actitudes tan rancias como saber mantenerse en segundo plano con respecto a su marido, ser modosita, discreta... Y capaz de sentarse con las rodillas muy juntas.