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El cordón de la esperanza de Alba Ramírez

JUAN JOSÉ TÉLLEZ
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Me resulta tan fascinante que la Santa Madre conserve todavía el tradicional empleo de exorcista, como que la ciencia reserve a la psiquiatría y la psicología la función de sacar a la luz nuestros demonios interiores. Me enternece la idea de que el precio de los nichos alcance cifras astronómicas en el Valle de Josafat, en Jerusalén, allí donde según el Libro de Joel (Capítulo 4, versículos 2 y 12) tendrá lugar la resurrección de los muertos y el juicio de Dios.

¿Qué decir de esa diminuta iglesia en San Juan Chamula, en Chiapas, donde los fieles ofrendan a sus santos refrescantes botellas de fanta y cocacola, la chispa de la vida? Tanto allí como en muchos otros lugares de América se degüellan pollos ante los altares, como si fueran niños a manos de los totonacas que usaban su sangre para mezclarla con una semilla y alimentar a los adultos.

Hay sectas satánicas que se tatúan el número 666 en la piel, religiones que creen en la separación de las castas e iglesias de la cienciología que sirven para fichar a panolis que sean capaces de tunear los deportivos de sus líderes. Los testigos de Jehová sienten una profunda aversión a las transfusiones de sangre, a veces con la misma intensidad con que los judíos y los musulmanes rechazan el consumo de cualquier derivado del cerdo, una práctica antiquísima en este caso para evitar la extensión de ciertas epidemias, pero que no ha sido dada de baja ni en el Antiguo Testamento ni en el Corán.

Ese componente mágico de toda religión nos atrae incluso a quienes no contamos con la gracia de la fe. Sin embargo, apelemos a los clásicos: 'Vos sos del culto cristiano, yo soy del culto judío. Si yo no te toco el culto, ¿por qué me tocas el mío?'. Es decir, ¿por qué ese empeño de determinadas creencias religiosas en salvarnos a quienes no queremos, sencillamente, que nos salve nadie?

Durante años, determinadas investigaciones científicas se han visto retrasadas por los gobiernos conservadores que heredaron, no solo en la Casa Blanca de Georges Bush sino en la Europa de hoy, el mismo celo ante la ciencia que la extinta Inquisición, cuyas funciones hereda la Congregación para la Doctrina de la Fe en el actual Vaticano. Celebro que Andalucía no lo hiciera y que quizá ello haya permitido salvar por ahora la vida de Alba Ramírez, esa niña de San Fernando que hace año y medio se sometió a un autotrasplante de células madre de su propio cordón umbilical, tal y como acaba de trascender a la opinión pública. La niña sufría un tumor cerebral, un meduloblastoma de grado 4 que le fue extirpado parcialmente en una operación. Habrá que esperar a que transcurran cinco años para conocer si este tratamiento permite su curación. Sin embargo, mientras tanto, que nadie se me acerque para intentar convencerme de que la sangre no circula por las venas, que la tierra es plana o que la penicilina es un invento del diablo. He aprendido a respetar todas las creencias, pero no las carajotadas. Dejadme que me concentre en el cordón de la esperanza que nos une a todos con Alba Ramírez.