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La industria del habano busca nuevos mercados tras un enero negro

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el trabajo ni en el restaurante y que tiene menos tiempo para saborear 'su' momento.

El paraíso del veguero

A 175 kilómetros de La Habana, hacia el occidente de la isla y lejos de donde se toman las decisiones, se levanta Pinar del Río, la provincia tabaquera más rica del mundo; un paraíso de suelos ferrosos que transmiten al cigarro unas cualidades que no tienen rival. Hasta aquí llega la batalla que libra el habano, el reino de vegueros como Antonio María Paz, 92 años, la cara surcada de arrugas y los ojos como si fueran océanos de tiempo. Es un mago. De sus tierras ha salido esa capa elástica y aromática que envuelve los cohibas Behike, los mismos con que los presidentes de gobierno agasajan a sus invitados más selectos. Parece de vuelta de todo. En España, dice, le dan «mucho cuero», pero sabe que si un día falla ese mercado, serán los Emiratos Árabes, Rusia o China quienes recojan el testigo.

Un toldo de gasa cubre su finca de San Juan y Martínez, donde maceran al sol 100.000 posturas (plantas) que son el orgullo de este hombre. El suyo es un ritual que ha pasado de padres a hijos y que está sometido a la dictadura de las estaciones: el arado tirado por bueyes que remueve la tierra en julio, la plantación en semilleros en septiembre y dos o tres semanas después el traslado a la vega, donde se planta el tallo que crece hasta alcanzar los 1,50 metros al cabo de mes y medio. Siempre bajo la amenaza de plagas como el moho azul o el gorgojo, siempre pendiente de ese botón en forma de flor que asoma en la axila de las ramas y que arruina la planta.

¿La clave? «Dedicación y mucho trabajo», repite Paz como si fuera un mantra, aunque sabe que la tierra es caprichosa y que la carretera que divide una plantación puede marcar la diferencia entre un tabaco corriente y uno extraordinario. «La disciplina es la clave del éxito», reza un mural pegado al camino. A escasa distancia de allí se levanta 'La Mayonesa', una de las muchas fincas donde se recoge el tabaco y arranca un proceso que hunde sus raíces en el túnel del tiempo. Las hojas con que se elabora la 'tripa' del cigarro se recogen de abajo a arriba -de menos a más nicotina- y cada una tiene su tiempo de añejamiento (seis meses el volado, un año el seco y dos el ligero). Cada productor tendrá en cuenta el grado de fortaleza y sabor que quiere transmitir a su tabaco a la hora de hacer la mezcla.

El tabaco ensartado que ha envejecido en el secadero se someterá primero al fumigado y luego a un proceso de fermentación para que expulse el nitrato y el cloro. Entonces le llegará el turno al rezagado, la clasificación de las hojas según su aroma, su textura, su color... De ahí pasará a 'la moja' y luego al despalillo, donde se arranca el nervio a la hoja y se la divide en mitades, listas para su prensado. Todo está listo entonces para que las pacas de tabaco viajen a la fábrica. 'El Laguito', de Cohina, H. Upmann, Partagas, Romeo y Julieta... Es la última etapa del viaje, y quizá la más espectacular, con centenares de operarios 'torciendo' los habanos en la galera, como se llama a esos pabellones inmensos donde se da forma al puro, se anilla y empaqueta en cajas de cedro. Todos en fila, como oficinistas en una película de Billy Wilder.

-Sácame una foto, papito -exclama una mujer mientras chupa con codicia un puro enorme.

-¿Les dejan fumar en el trabajo?

-Si hay que morir, que sea soñando.

Pues con Dios.

La industria del habano asiste a un momento crítico en sus mercados tradicionales y las vegas tabaqueras están de capa caída. La crisis económica primero y las políticas dirigidas a restringir el consumo después han hecho presa en Europa hasta el punto de que los principales clientes de cigarros elaborados a mano reducen sus importaciones a un ritmo galopante. España no es una excepción, sino el paradigma de lo que está ocurriendo. El XIII Festival del Habano, celebrado hace apenas diez días en Cuba, ha puesto de manifiesto lo que ya todo el mundo se esperaba. La ley antitabaco, que entró en vigor el 2 de enero, ha sacudido un sector que llevaba años registrando caídas lentas pero constantes, y que ahora, pura y llanamente, se ha desplomado. En España, el principal mercado mundial del habano, las ventas se han hundido nada menos que un 30%. Y eso sólo en enero. Como afirma Javier Terres, vicepresidente de Desarrollo de Corporación Habanos, «fumar se ha convertido en un acto casi heroico».

El negocio del habano rindió el año pasado unos ingresos de 368 millones de dólares, un 2% más -aseguran quienes lo dirigen- que el año anterior. También subió la cuota del habano dentro del mercado 'premium' -cigarros hechos a mano- hasta situarse en el 72%. ¿Cómo es posible si las ventas en sus mercados tradicionales hacen aguas por todas partes? Pues buscando nuevos mercados. Terres llamaba hace unos días a la calma desde el Palacio de Convenciones de La Habana y hablaba de Asia-Pacífico, de Europa del Este, de África y Oriente Medio, donde la evolución ha permitido compensar los resultados.

En España se fuman uno de cada cinco habanos, y eso a pesar de que al 30% de caída de ventas en enero hay que sumar otro 12% el año pasado. Aún así sigue siendo el mayor consumidor, seguido de Francia -que acapara el 12% del mercado- y de China (8%). Con estas cifras, lógico que cualquier corriente de aire en los pasillos de la Carrera de San Jerónimo provoque pulmonías al otro lado del Atlántico. Los gurús del tabaco recuerdan que la prohibición de fumar en espacios cerrados apunta directamente al habano, «que requiere de una buena comida y una sobremesa para disfrutarse plenamente». También tienen presente que los meses de invierno, más desagradables, no se prestan a fumar en el exterior, por lo que miran al verano y la proliferación de terrazas con ojos febriles.

En Altadis, la antigua Tabacalera, han optado por hacer como el junco: no oponen resistencia a un vendaval que ha llegado en forma de marco legal, que «es el que es» y al que todos miran «con respeto». Claro que pensar es libre y a nadie se le escapa la paradoja de que «el mismo gobierno que aprueba leyes para prohibir el consumo de tabaco, ingresase el año pasado del orden de 10.000 millones de euros en concepto de impuestos por esta vía; o que la nueva ley ampare la apertura de nuevos puntos de venta en, por ejemplo, tiendas de coveniencia; o que subvencione las plantaciones de tabaco en Extremadura...»

Paladares exquisitos

En este contexto, Cuba celebraba hace semana y media el Festival Internacional del Habano, una Denominación de Origen en la que el sector deposita sus esperanzas para mostrar una imagen de fortaleza que, al menos en Europa, está lejos de responder a la realidad. 65 expositores de siete países y distribuidores de otros sesenta aterrizaban en el Caimán Verde, como se conoce a la isla en el Caribe, para invertir la actual tendencia a la baja y evitar que todo el prestigio ganado se convierta en humo. Competiciones de sommeliers, cócteles de gala con celebridades como Jorge Perugorría haciendo patria, conciertos homenaje, visitas a fábricas, seminarios de maridaje con ron, con chocolate, con café... El Gobierno cubano sabe lo que se juega en el envite y no reparó en medios.

La actual edición sirvió, además, de plataforma de (re)lanzamiento a marcas históricas, como Partagas, H. Upmann y Montecristo, que han situado bajo los focos nuevas vitolas con la esperanza de que insuflen un poco de aire al negocio. Ediciones limitadas -Cohiba 1966, conocido como 'cañonazo especial', Short Hoyos, Allones extra- coincidieron con grandes reservas, como el Montecristo Cosecha 2005, un acontecimiento del que sólo se producirán 5.000 estuches numerados. Todos ellos listos para hacer las delicias de los paladares más exquisitos y los bolsillos más rumbosos.

La crisis también se ha dejado notar en los productos que verán la luz en los próximos meses y el cambio de estrategia apunta en dos direcciones: la industria ha decidido sacar al mercado ediciones limitadas en cajas reducidas, de apenas diez unidades, para hacerlas más asequibles al consumidor. El tamaño, digan lo que digan, también importa. Frente al estándar -una franja de entre 135 y 150 mm-, los productores se inclinan ahora por puros más pequeños, de 90 a 110 mm., orientados a un cliente que ya no puede fumar en el trabajo ni en el restaurante y que tiene menos tiempo para saborear 'su' momento.

El paraíso del veguero

A 175 kilómetros de La Habana, hacia el occidente de la isla y lejos de donde se toman las decisiones, se levanta Pinar del Río, la provincia tabaquera más rica del mundo; un paraíso de suelos ferrosos que transmiten al cigarro unas cualidades que no tienen rival. Hasta aquí llega la batalla que libra el habano, el reino de vegueros como Antonio María Paz, 92 años, la cara surcada de arrugas y los ojos como si fueran océanos de tiempo. Es un mago. De sus tierras ha salido esa capa elástica y aromática que envuelve los cohibas Behike, los mismos con que los presidentes de gobierno agasajan a sus invitados más selectos. Parece de vuelta de todo. En España, dice, le dan «mucho cuero», pero sabe que si un día falla ese mercado, serán los Emiratos Árabes, Rusia o China quienes recojan el testigo.

Un toldo de gasa cubre su finca de San Juan y Martínez, donde maceran al sol 100.000 posturas (plantas) que son el orgullo de este hombre. El suyo es un ritual que ha pasado de padres a hijos y que está sometido a la dictadura de las estaciones: el arado tirado por bueyes que remueve la tierra en julio, la plantación en semilleros en septiembre y dos o tres semanas después el traslado a la vega, donde se planta el tallo que crece hasta alcanzar los 1,50 metros al cabo de mes y medio. Siempre bajo la amenaza de plagas como el moho azul o el gorgojo, siempre pendiente de ese botón en forma de flor que asoma en la axila de las ramas y que arruina la planta.

¿La clave? «Dedicación y mucho trabajo», repite Paz como si fuera un mantra, aunque sabe que la tierra es caprichosa y que la carretera que divide una plantación puede marcar la diferencia entre un tabaco corriente y uno extraordinario. «La disciplina es la clave del éxito», reza un mural pegado al camino. A escasa distancia de allí se levanta 'La Mayonesa', una de las muchas fincas donde se recoge el tabaco y arranca un proceso que hunde sus raíces en el túnel del tiempo. Las hojas con que se elabora la 'tripa' del cigarro se recogen de abajo a arriba -de menos a más nicotina- y cada una tiene su tiempo de añejamiento (seis meses el volado, un año el seco y dos el ligero). Cada productor tendrá en cuenta el grado de fortaleza y sabor que quiere transmitir a su tabaco a la hora de hacer la mezcla.

El tabaco ensartado que ha envejecido en el secadero se someterá primero al fumigado y luego a un proceso de fermentación para que expulse el nitrato y el cloro. Entonces le llegará el turno al rezagado, la clasificación de las hojas según su aroma, su textura, su color... De ahí pasará a 'la moja' y luego al despalillo, donde se arranca el nervio a la hoja y se la divide en mitades, listas para su prensado. Todo está listo entonces para que las pacas de tabaco viajen a la fábrica. 'El Laguito', de Cohina, H. Upmann, Partagas, Romeo y Julieta... Es la última etapa del viaje, y quizá la más espectacular, con centenares de operarios 'torciendo' los habanos en la galera, como se llama a esos pabellones inmensos donde se da forma al puro, se anilla y empaqueta en cajas de cedro. Todos en fila, como oficinistas en una película de Billy Wilder.

-Sácame una foto, papito -exclama una mujer mientras chupa con codicia un puro enorme.

-¿Les dejan fumar en el trabajo?

-Si hay que morir, que sea soñando.

Pues con Dios.