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Exquisitez. La jerezana Leonor Leal bailó poniendo énfasis en los detalles. :: JAVIER FERGO
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Leonor Leal bailó para hacernos felices

La jerezana acertó en la elección del reparto , en los aliados coreográficos y en una brillante dirección de escena

JAVIER PRIETO CRÍTICO
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Cuando además de transmitir eres capaz de aportar belleza a los detalles que rodean a un baile, es difícil fracasar. Cada unos de los bailes tuvo su tiempo, su color y su intensidad, en función de una dramaturgia que hiló fino en las progresiones rítmicas del espectáculo.

Leonor surgió casi como una niña, bailando descalza mientras Rocío Márquez la arrullaba con pregones. Frente al imaginario espejo recibió una respuesta de Tía Juana la del Pipa. De la inocencia a la la picaresca de la bulería. Cuando parecía que la calma se iba a afianzar como tónica general, Leonor se calzó los tacones y por tarantos fue acrecentando su personaje. Nos sedujo jugando al despiste, taranteando el tango y rumbeando el taranto.

Por caracoles primero y por alegrías después, Juan Parra sentó cátedra de baile señero. La réplica, la oscura respuesta la dio una imponente Tía Juana por tangos, bailados y cantados. Tangos que reflejados Leonor bailó con la cristalina voz de Rocío. Negro cuerpo y bata de cola amarilla, de nuevo los polos opuestos en una farruca donde la guitarra de Paco Iglesias se encargó de dibujar las baldosas que Leonor fue zapateando. Farruca, ahora sí, ahora no. La descubrimos herética, trazando la impureza con el vuelo de la bata y con la rumba argentinizada .

Rocío Márquez merece un capítulo sólo para ella. Por fandangos anduvo tan sobresaliente que a punto estuvo de llevarse la obra por delante. Es un prodigio de entonación, de control de la respiración, de conocimiento del cante y de belleza en la ejecución. Tiene luz donde debiera tener voz.

Tía Juana puso a Leonor a bailar soleás por bulerías, agarrada al pantalón, aferrada a la chaquetilla, dilatando el baile desde su menuda figura. Ancló los pies a la madera y cuándo optó por levar anclas salió volando como un pajarillo. La carimba en manos Raúl Botella nos devolvió a la niña que se miraba al espejo. Y así, con la sonrisa placentera que despierta la belleza, nos marchamos.