ANA ROSA
Actualizado:Enorme polémica. El programa de Ana Rosa, en Telecinco, obtiene la confesión de la esposa de Santiago del Valle: «Mi marido se cargó a Mari Luz». La revelación da un giro espectacular -nunca mejor dicho- a un caso que ha tenido a la opinión pública en vilo. El logro periodístico es indiscutible. Pero inmediatamente hay quien lo discute: que los métodos empleados para forzar la confesión son detestables, que se está haciendo espectáculo con un crimen, que. Bien, todo eso es verdad. Pero conviene recordar de qué estamos hablando: ahí hay una niña asesinada, un tipo que la ha asesinado, una mujer que ha ocultado el crimen y un programa de televisión que ha forzado la confesión. Los métodos empleados para ello -se dice- han sido poco elegantes, incluso poco éticos. Es posible: hay un evidente abuso psicológico sobre una mujer, la delatora, que visiblemente no está en sus cabales. Pero me parece que conviene no confundir los planos: el principal es el del crimen; el de la tele, es secundario. Y aquí hay que poner el foco sobre los criminales, no sobre los periodistas. A Ana Rosa se le reprocha que la tele no está para impartir justicia, que para eso ya están los tribunales. ¿Hablamos de los mismos tribunales cuya negligencia dejó suelto al asesino? Perdón, pero hay ciertos argumentos que parecen más propios de los 'teletubbies'. Hace unos pocos meses, Telecinco era una cadena donde, siguiendo consignas gubernamentales, a los padres que pedían justicia para sus hijas asesinadas se les motejaba de «padres espectáculo». Ahora Telecinco es una cadena que ha forzado la confesión de una cómplice en el asesinato de una de esas niñas. Si he de optar entre una Telecinco y la otra, me quedo sin duda con la segunda. Telecinco, sí, es una cadena altamente reprobable por muchos de sus contenidos, desde 'Sálvame' hasta 'La Noria' pasando por 'Gran hermano', y aquí no hemos ahorrado críticas. Sin duda esa atmósfera ha contribuido a la polémica. Pero en este caso de Ana Rosa y la confesión de esa pobre mujer, yo no tiraría la primera piedra. Ni la última.