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La provincia de los niños perdidos

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En 1965, mientras se iniciaba la guerra de Vietnam y el Mariner 4 sobrevolaba Marte, una mujer de 45 años parió dos gemelos en la antigua residencia Zamacola, en Cádiz: a uno de ellos, el más fuerte, tuvo que dejarlo en la incubadora. Al poco, llamaron al marido para comunicarles su muerte, aunque el acta de defunción había sido firmada veinticuatro horas antes de que ella lo hubiera visto al dejar el hospital. Que no se preocuparan, dijeron, que ellos lo enterrarían después de bautizarle.

Luisa Fernanda Terrazas y Francisco Tocón siguen dudando sobre qué ocurrió con sus dos mellizos hace 39 años en el hospital Santa Isabel de Hungría de Jerez. Allí, tras un embarazo normal, pasaron a la incubadora. Un día pudo verles, aunque a tres metros de distancia. Habían cogido peso y se los iban a entregar pronto, anunció un médico. Pero una enfermera les comunicó luego que habían muerto, la niña como consecuencia de una colitis y su hermano, poco después, por una cardiopatía. Ni siquiera pudieron ver los cadáveres y, andando el tiempo, acabaron en un osario sin consentimiento alguno.

La hermana de María Rosario Herrera González, nació tres años más tarde en la clínica de San Rafael, pero a sus padres, residentes en San Fernando, les dijeron que era prematura y había muerto. La pequeña venía al mundo con la cabeza fuera y ni siquiera dio tiempo a llevarla al paritorio. La madre recuerda un raro antojo de nacimiento, de entre 6 y 8 centímetros sobre el muslo color café con leche. Luego, la muerte repentina sin que nadie pudiera verla. En abril de aquel 1975, el año que murió Franco, otra isleña murió de meningitis días después de la muerte de su recién nacida, aunque tampoco nadie la vio y no existe siquiera certificado de defunción. Tampoco nadie vio el cuerpo.

Muchos padres estuvieron demasiado tiempo llevando flores a nichos vacíos. Historiales perdidos, mentiras a medias y verdades antípodas. Esta es una historia de denuncias presentadas -más de 60 en la provincia con 35 en la capital- y algunas archivadas porque ya haya prescrito el supuesto de secuestro. Y no solo ocurriría en la turbia posguerra. En el caso de Cádiz, las denuncias, según la Asociación de Niños Adoptados Ilegalmente, se remontan hasta el umbral de los 90, aunque ya hoy en día todo indica que sería difícil camuflar la falsa muerte de un niño. Lo peor de todo es que tampoco resulta fácil, sin embargo, seguir su rastro y esclarecer su identidad de hoy, tal y como reconoce el primer auto judicial que ya ha dado respuesta a una de estas denuncias. Y es que no solo el secuestro puede ser la respuesta del enigma: en muchos hospitales españoles, durante un tiempo, ocultaron los cadáveres de los niños en los ataúdes de infecciosos muertos, para que ningún curioso se atreviera a abrir el féretro. Así se ahorraban las costas del sepelio. Claro que también habrá que considerar la hipótesis de que todos huyesen a la isla de los niños perdidos.