Una esperanza de tratamiento
Actualizado: GuardarLos enfermos de progeria son a la vez niños y viejos. En ellos conviven la alegría y la forma de ser de un crío de ocho años con el cuerpo deteriorado, lleno de mellas y achaques, de un anciano de ochenta. Esta siniestra enfermedad, debida a la mutación de un gen, empieza a revelarse alrededor de los dos años: el rostro de los pequeños va cambiando hasta mostrar su característica apariencia de ojos y orejas prominentes, barbilla huidiza, nariz ganchuda y calvicie, mientras la maquinaria de su organismo se desbarata, con arterias endurecidas, rigidez en las articulaciones y pérdida de grasa corporal. Se trata de una vejez adelantada y acelerada, una vida a cámara rápida que concluye, como media, a los 13 años, con un desenlace propiciado por los desórdenes cardiovasculares.
Las estadísticas, no muy ajustadas, hablan de un enfermo de progeria por cada cuatro u ocho millones de nacidos, sin distinción de sexo ni raza. Esta semana, un estudio realizado por científicos de Estados Unidos y España ha alentado la esperanza de que próximamente exista un tratamiento para este mal: un equipo dirigido por Juan Carlos Izpisúa ha logrado transformar células de la piel de estos enfermos en células madre pluripotentes, algo así como revertirlas al estado embrionario, con lo que se abre la futura posibilidad de trasplantes que frenen su loco envejecimiento. Quizá algún día puedan recuperar las dos cosas, infancia y vejez, cada una a su hora.